Actualizado 16/12/2008 01:00

Rafael Torres.- Cayo Lara, el hombre y el nombre

MADRID 16 Dic. (OTR/PRESS) -

Tener un buen nombre, un nombre eufónico, un nombre que se corresponda con uno y que a poder ser le mejore a uno, no es ninguna tontería, y menos en política. En tiempos de la Restauración, cuando la política tornó enteramente a manos de los caciques y los parlamentarios no eran sino hombres de paja y meros figurantes, para triunfar en ella bastaba con ser alto y tener buena voz, o más bien una voz hueca y campanuda, y hubo que esperar a la II República para que el nombre cobrara importancia en la carrera política. Fernández de los Rios, Álvaro de Albornoz, Victoria Kent, Manuel Azaña, Alcalá-Zamora, Martínez Barrio, Margarita Nelken, Nicolau D'Olwer, Indalecio Prieto, eran nombres de grandes políticos, pero, no por casualidad, también eran grandes nombres. Luego dejó de haber política, erradicada por tipos de nombres vulgares, y a la siguiente Restauración, la de la Monarquía actual, el nombre perdió su transcendencia, y la política la hizo gente que se llamaba Suárez, González y cosas así, apellidos que no es que estén mal, ni mucho menos, pero que sirven para cualquier cosa.

Después de mucho marear la perdiz y de mucho run-run de puñales, la coalición Izquierda Unida ha designado al fin a un nuevo coordinador general, recayendo el designio en el que lo venía siendo de la organización en Castilla-La Mancha. Se trata, al parecer, de un tipo duro pero a la vez conciliador, del aparato pero sin demasiado aparato, federal pero poco amigo de los nacionalismos, o sea, un mirlo blanco, pero si hay algo de lo que, de entrada y verdaderamente, pueda presumir, es de nombre, un nombre musical, de personaje de novela, que en pocas letras aúna la contundencia del Cayo con la suavidad del Lara: Cayo Lara. Ahora sólo falta, ciertamente, que el ciudadano en cuestión esté a la altura de su nombre.

Rafael Torres.

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