Actualizado 24/01/2008 01:00

Rafael Torres.- Desprecio por la vida

MADRID 24 Ene. (OTR/PRESS) -

"No se veía nada, y como íbamos todos a noventa, a cien, a ciento diez..." Así relataba uno de los automovilistas involucrados en la colisión múltiple del martes en la autovía entre Toledo y Madrid, que se saldó con ochenta heridos, el instante previo a la sucesión de violentos alcances entre los automóviles. La niebla, en efecto, era, más que espesa, impenetrable, como, por lo demás, lo venía siendo cada mañana desde hacía semanas, pero casi ningún conductor supo sustraerse a la seducción de la velocidad ni a los designios envenenados de las prisas. Si no hubo muertos, muchos muertos, pudo ser porque, pese a todo, el instinto de conservación extremó la atención y los reflejos de los conductores que iban ciegos surcando la nada gris de la niebla, de modo que alguna reacción en el último momento alcanzó a limar la envergadura del desastre, pero lo más probable es que los milagros existan y que esa mañana cayera uno, como un rayo, sobre la carretera de Toledo.

Sin embargo, y pese a que no hubo muertes -sí, en cambio, una decena de heridos graves-, no deja de sobrecoger el desprecio por la vida, por la propia y por la de los demás, de los que corrían a cien kilómetros por hora sin visibilidad ninguna por una carretera abarrotada de vehículos tripulados por personas somnolientas. Acaso, sí, el instinto de supervivencia de los conductores pudo despertar y hacer algo in extremis, pero antes tuvo que sacudirse el sopor de la rutina, porque ya es rutina, de la mucha velocidad no importa en qué adversas condiciones. ¿Tan mala vida llevamos para que la tengamos en tan poco? Por fortuna, los muertos que no murieron y siguen vivos tienen una oportunidad -¿la última?- para meditar la respuesta.

Rafael Torres.

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