Actualizado 06/03/2010 13:00

Rafael Torres.- Al margen.- Los toros.

MADRID, 6 Mar. (OTR/PRESS) -

El debate que se sigue en el Parlamento catalán sobre las corridas de toros es, pese a la solvencia o a la emotividad de algunas de las opiniones que en él se están vertiendo, un debate imposible: taurinos y antitaurinos, o, por mejor decir, partidarios de las corridas de toros y partidarios de los toros, viven, sienten y piensan en dos esferas distintas, remotas entre ellas, por lo que, pese a la buena voluntad que pongan en el diálogo, siempre hablarán de cosas diferentes.

Los primeros, cuyo etnocentrismo les limita severamente la empatía hacia los animales y les anestesia la sensibilidad que es posible que tengan para otros aspectos de la vida, se muestran incapaces, por esas dos poderosas razones apuntadas, de reconocer el fundamento de primitivismo y barbarie de la Fiesta, o, si lo vislumbran, se empeñan en neutralizar su evidencia magnificando el componente de "Arte". Y da igual que se les haga notar que Arte, Arte español, si es que el Arte tiene nacionalidad, que no lo creo, es lo que hicieron Zurbarán, Goya, Velázquez, Albéniz, Falla, Gaudí, Valle, Romero de Torres, Lorca, Miguel Hernández o Antonio López García, y no, por citar sólo a los toreros más "artistas", Curro Romero o Rafael de Paula, pues no lo entienden, toda vez que confunden el Arte con la Emoción.

Desde luego, la posibilidad de contemplar la muerte de un semejante sobre el albero, más la certidumbre de asistir a la de seis criaturas jóvenes, sanas, bellas y soberbias, los toros, produce su emoción, de eso no cabe la menor duda.

Pero donde los de la Fiesta Nacional de Esperanza Aguirre extreman su confusión es cuando, haciéndose los buenos y mostrándose taurófilos, hablan del inmenso favor que se les hace a los toros torturándoles y matándoles para solaz del "respetable": que si no hubiera corridas se extinguiría la raza; que si en el ruedo se les trata con mucha más deferencia que en el matadero; que si mientras llega el día de su lidia se pegan la vida padre... Diríase que los toros deberían sentirse inmensamente agradecidos.

Se trata, en fin, de un debate imposible, a tenor de la lejanía de los mundos que se enfrentan. Por mi parte: ¡Vivan los toros! Literalmente eso: que vivan. O, si está de Dios o del destino, que se extingan como, por lo demás, habremos de extinguirnos todos.