Actualizado 25/11/2006 01:00

Rafael Torres.- Pegar al maestro

MADRID 25 Nov. (OTR/PRESS) -

La ministra del ramo ha dicho, refiriéndose a la actual situación de desatada violencia en las aulas, que no se debe judicializar el fenómeno, pero sabe la ministra que las cosas no se judicializan porque sí, sino sólo cuando devienen en delito que requiere su correspondiente reproche social y, según el caso, su punición, y eso es lo que está ocurriendo, que las continuas agresiones a profesores y alumnos trascienden el ámbito académico para enmarcarse en el de la convivencia general. Delito es, se mire como mire, golpear, amenazar, acosar o humillar al prójimo, sea éste un maestro o un compañero de clase, y el hecho de que quien lo perpetra en la escuela es un menor no sólo no disminuye su importancia, sino que la aumenta. Y la aumenta, en primer lugar, porque el trato legal al menor delincuente es delicado y difícil y, en segundo, porque ese menor no es en puridad, por ser menor precisamente, el principal culpable de sus actos execrables, sino que lo son los mayores que le tutelan y educan, y que, obviamente, no han sabido tutelarle ni educarle en modo alguno.

Y llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿existe decisión social y voluntad política de exigir responsabilidades a los padres, a los educadores y a los poderes públicos por su fracaso? Dejando a un lado las circunstancias, que ya es dejar, de que profesores y alumnos no hablan el mismo lenguaje, y de que a una mayoría de éstos no les interesan ni poco ni mucho las materias que aquellos imparten, lo cierto que es que buena parte de los adolescentes son chicos abandonados, esto es, carne de guardería que no se relacionan con los padres ni reciben de éstos, cuando les ven, otra cosa que los restos de la inmensa fatiga que les produce el trabajo, el consumismo convulso y la presión de las deudas. Llegan, alguien tiene que decirlo (¿la ministra?), salvajes a la escuela, ayunos de toda educación y de todo refinamiento social, y llegando así, con la cabeza volada por los videojuegos y por los letales fines de semana de vagabundeo familiar por los centros comerciales, ¿cómo podemos esperar que se comporten? Demasiado buenos son para lo malos que les estamos, entre todos, haciendo.

Rafael Torres.

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