Rafael Torres.- Pinochet y su maestro

MADRID 12 Dic. (OTR/PRESS) -

Si sería mendaz y mentiroso, que con noventa años y los presumibles achaques propios de esa edad, la gente pensó que los fingía nuevamente para eludir alos tribunales que le imputaban, al fin, sus muchos actos criminales de asesino y ladrón. Epígono de Franco, a cuyo entierro asistió hace 31 años embozado en aquella capa de vampiro, jamás se arrepintió, como tampoco su maestro, del extremo y abundante daño que infligió a su patria y a sus compatriotas, de modo que aunque es triste que se celebre la desaparición de un ser humano, se comprende el alivio jubilar de sus víctimas al no seguir respirando el mismo aire que el psicópata desalmado que tiñó de sangre las calles de Santiago para robar los bienes, incluido el bien supremo de la libertad, de los chilenos.

Franco, como maestro, fue más listo y nunca le dio por viajar al extranjero, salvedad hecha de sus encuentros con Salazar, Hitler y Mussolini, aquella gentuza que acabó antes que él en el basural de la Historia. Pinochet, en cambio, era tan necio e iba tan sobrado (pues no en vano el Imperio amparó su traición y su genocidio), que en una de sus vacacionales turnés por Europa le echó el guante la justicia internacional no afecta a la de sus valedores gringos. Ahí empezó su caída y el fingimiento de sus enfermedades, y ante su comportamiento canallesco y cobarde, que hasta llegó a alegar demencia senil para escurrir el bulto, incluso muchos de los que habían "comprendido" sus crímenes por aquello del anticomunismo sintieron por primera vez algo parecido a la vergüenza.

Quedan en Chile y en el mundo, empero, muchos de los secuaces y de los conmilitones que le secundaron, de suerte que al cerrar la tumba sobre el sátrapa cruel y mezquino no deben cerrarse con ella los procesos en curso contra los autores de los asesinatos, las desapariciones, las torturas y el expolio que sufrió, como antes habíamos sufrido los españoles, el buen pueblo de Chile.

Rafael Torres.