MADRID 17 Feb. (OTR/PRESS) -
La pintura de otros tiempos no sólo nos desvela las imágenes del pasado, sino, sobre todo, la sed de belleza. Fotos con alma para cuyo revelado no se empleó otro producto que el talento del hombre, aquellos cuadros que hoy reposan en los museos contienen información valiosísima sobre la realidad a la que sobrevivieron, y si sabemos cómo era el porte y el rostro de nuestros antepasados, sus utensilios, sus casas, su crueldad, sus herramientas, las ciudades, las alcobas, los templos, los vestidos, las quimeras, lo debemos principalmente a ellos, pero también, y esto es lo más sobresaliente, la devoradora sed de belleza que les abrasaba en un mundo poblado, como el de hoy, de enfermedad, injusticia, fealdad, violencia y miseria. La pintura contemporánea, representada en ARCO, también informará a las generaciones futuras sobre la realidad de ahora, les mostrará cómo eran nuestras cosas, pero también que aquella sed clásica de belleza, aquella aspiración de belleza que el arte proclamaba y anticipaba, ya no anima nuestras piezas artísticas, sino el gusto, netamente de ésta época, por lo banal, lo destemplado y lo feo.
En unos tiempos en que los muchachos prescinden de todo aprendizaje musical para hacer sonar los instrumentos, en que los escritores no encuentran necesario saber escribir, ni los periodistas buscar la verdad, ni los locutores vocalizar para ser entendidos, ni los modistos aguapar a las mujeres, no hay ninguna razón, ciertamente, para que los pintores sepan pintar, ni en consecuencia y comisionados por todos, buscar la belleza que sigue eternamente secuestrada por los dioses, y ahí están como cada año, en ARCO, en la feria, vendiendo sus performances y sus chafarrinones, sumisos a la galerías y a los marchantes, vencidos por la indolencia, firmando los lienzos que darán algún día testimonio y noticia de nuestra existencia. Alguien, dentro de mil años, se asombrará ante unas obras que no dictó la sed, la necesidad de belleza.
Rafael Torres.