MADRID 29 Feb. (OTR/PRESS) -
El lunes se celebrará (o se cometerá, según el punto de vista de cada cual) el segundo debate entre Rajoy y Rodríguez Zapatero. Ya llevo escrito varias veces en las últimas semanas que en los debates por la televisión entre candidatos a presidir el Gobierno ocurre lo mismo que en los torneos de ajedrez: que lo único que dilucidan los contendientes es si saben debatir por la televisión o si juegan muy bien al ajedrez; pero nada más. Eso es así porque, una vez establecidas las normas de la confrontación dialéctica o ajedrecística, el debate o el torneo ya generan una dinámica propia que prevalece sobre todo lo demás. Pero a la gente le gustan esos debates, y a muchos les ayudan a formarse criterio para votar, de modo semejante a cuando algunos se compran un coche por el color de la carrocería. ¿Irracional? Tal vez. Pero así funcionan las cosas. Un amigo mío suele decir que "los humanos sois muy defectuosos".
Algún comentarista prestigioso ha apuntado estos últimos días que en el debate del lunes pasado ambos políticos se reservaron alguna artillería gruesa para el debate siguiente. No lo creo yo así. En política siempre se va al máximo de las posibilidades, y cada minuto tiene la tensión del último minuto. No he visto en los últimos treinta años una sola convocatoria electoral que los responsables de los partidos políticos considerasen secundaria. En todas, del rango que sean, locales, autonómicas, generales, se echa el resto cada día, y en campaña nadie ahorra nada. Por eso los partidos están tan endeudados y siempre necesitan más dinero, y quizás por eso también a los políticos se les pone el cabello blanco tan pronto en cuanto disfrutan (¿disfrutan?) el poder.
Bienvenidos sean los debates, los cara a cara o a varias bandas; pero más bienvenidos aún si el votante los coloca en su lugar, que no es el más importante para decidir el voto.
Ramón Pí.