MADRID 1 Dic. (OTR/PRESS) -
Lo más "mediático", como ahora se dice, del viaje del Papa Benedicto XVI a Turquía es, desde luego, la actitud del primer ministro Erdogan, que de no querer ver en absoluto al Papa ha pasado a recibirlo al pie del avión y a mantener con él una breve entrevista en el aeropuerto. El picante político de todo esto es el conflicto en que Erdogan se encuentra, entre no contrariar a los musulmanes más fundamentalistas (crecientes en número en el país) y, por otra parte, ofrecer a la Unión Europea la imagen de hombre tolerante que dirige un país religiosamente tolerante. Lo primero podrá lograrlo a medias, pero lo segundo es más difícil que cuele, aunque sólo sea por el despliegue de medios de seguridad exhibido a lo largo de todo el viaje papal, que sólo tiene explicación si el riesgo de incidentes es bien real.
Sin embargo, lo más importante de este viaje, aunque no sea lo más "mediático", no es nada de esto, sino el esfuerzo desarrollado por el Papa por acercarse a los cristianos ortodoxos turcos (y, en general, a todos los ortodoxos), en un intento más de recorrer el largo y difícil camino del restablecimiento de la unidad entre todos los que profesan la fe en Jesucristo, Hijo de Dios y salvador del mundo. También hay otro aspecto de gran importancia, que es la confirmación en la fe de los católicos turcos, muy minoritarios y que, de hecho, constituyen un pequeño grupo (unos treinta mil) de ciudadanos de segunda. Esta proximidad del vicario de Cristo a la minúscula comunidad católica es, probablemente, el aspecto más entrañable de este viaje. Pero los medios, ya se sabe, se dejan seducir más por el conflicto que por cualquier otro estímulo.
Ramón Pi.
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