MADRID 18 Ene. (OTR/PRESS) -
Falta poco más de mes y medio para que se celebren las elecciones generales, y en la sede del PP lloran por las esquinas y se lamentan de las indecisiones de Mariano Rajoy, a la hora de solucionar problemas que no deberían de haber pasado de meras discrepancias, pero que a día de hoy, son la comidilla general en la Villa y Corte.
El reconocimiento público por parte de Alberto Ruiz Gallardón de su derrota ante una Esperanza Aguirre exultante -aunque comedida en sus gestos-, no demuestra más que Rajoy no ha sabido manejar esta crisis, o que la ha manejado mal. Sin tener en cuenta los tiempos -tan importantes en política-, pensando más en lo que podía favorecerle de cara a un futuro próximo, que en las consecuencias electorales y de imagen de no incluir al alcalde en las listas al Congreso de los Diputados.
Gallardón puede gustar o no, pero de lo que no cabe duda es de su valía profesional, que ha puesto a prueba en mil y una ocasión, ganando elección tras elección, siendo uno de los mejores oradores del panorama político español, con un talante que gusta tanto a propios como extraños. Un talante dialogante, tan necesario para ganar unas elecciones que están a la vuelta de la esquina, muy reñidas, y que dependen más del voto centrista que de los militantes del PP.
Sumar en vez de restar -que con tanto talento lleva a cabo Gallardón-, debería ser el objetivo prioritario de un Rajoy que llegó a la presidencia de su partido, no por la fuerza de los votos, sino por el capricho de Aznar, quién al igual que él, descartó a todos aquellos que pudieran hacerle sombra, más allá incluso de La Moncloa, inclinándose por quién pensaba que iba a ser más fácil de manejar, más dócil a sus dictados. Lo que demuestra la poca estima en que se tienen los líderes políticos o su poca talla personal.
Perder, en tan poco tiempo, a Rodrigo Rato y a Alberto Ruiz Gallardón es un error, un grave error. Porque ahora podrán decir lo que les venga en gana, cuando lo cierto es que a Mariano la dimisión de Rato del Fondo Monetario Internacional, le produjo sarpullido, más de un dolor de cabeza, pues de sobra sabe que son muchos los militantes que siguen viendo al ex ministro como un líder de talla internacional, con un gran conocimiento del tablero económico de dentro y fuera de nuestras fronteras. Capaz de sacar votos de otras canteras, con una buenísima relación personal con los líderes del resto de los partidos españolistas o nacionalistas, que tan buenos réditos le dio al PP, en la que fue sin duda, su mejor legislatura. Un prestigio que tiene también Alberto Ruiz Gallardón, no Pizarro, que llega a última hora, con un buen bagaje cultural, pero con la mochila cargada de resentimiento hacia los catalanes, tan necesarios para acceder al poder.
Me consta las presiones que esta recibiendo Gallardón para que reconsidere su postura de abandonar la política después de las elecciones del 9 de marzo, pero también la poca simpatía que despierta entre quiénes piensan que es un "izquierdista" camuflado. La piedra esta ahora en su tejado, y a él le corresponde decidir si sigue soportando las humillaciones de quiénes tienen la obligación de apoyarle, o no. Una decisión difícil para quién llegó a ese partido con pantalón corto y hoy luce canas.
Rosa Villacastín.