MADRID 18 May. (OTR/PRESS) -
Cuando a Rocío Jurado le detectan el cáncer de páncreas que le costaría la vida, tomó dos importantes decisiones: hacer testamento cuando aún la enfermedad no había hecho mella en su cuerpo y en su ánimo, y contar a la prensa todo lo relativo a su enfermedad, con el fin de evitar cualquier especulación al respecto. Sobre la primera decisión, nadie, sólo su abogada, supo cómo había repartido sus bienes una mujer que todo lo que tenía se lo había ganado con el sudor de su frente y una voz privilegiada, que le permitió abordar con éxitos todos los "palos" del cante.
Fue después de morir cuando su familia se entera de lo que les había dejado a cada uno de ellos. Y hubo sorpresas como siempre que se abre un testamento. La de Ortega Cano porque le daba dos años para abandonar la casa de la Moraleja, en la que la pareja había vivido desde el día de su boda, aunque en honor a la verdad hay que decir que la mansión era propiedad exclusiva de la Chipionera. Un dinero que debía repartirse a partes iguales entre sus tres hijos. No se olvidó la cantante de sus hermanos y de Juan de la Rosa, su fiel secretario, pero hete ahí que una vez que las aguas se han serenado, y el intenso sufrimiento de su desaparición empieza a dulcificarse, hacen sus aparición las discrepancias entre algunos miembros de su familia.
Siendo como es heredera universal Rocio Carrasco, esta se niega a aceptar la repartición que en vida hizo su madre de algunos de sus bienes. Sobre todo de una finca que la cantante había dejado a Amador y a Gloria, sus hermanos, y de la que su hija quiere una parte porque según dice le corresponde por ser quién es.
No voy a entrar a juzgar si Rocío hace bien o mal, pero si sobre un aspecto que me parece interesante: los testamentos, siempre que se atengan a la legalidad, sirven para que se cumpla la voluntad del finado. Y si Rocio quiso dejar a sus hermanos una parte de su fortuna es porque se lo merecían, o porque pensaba que sin su ayuda no hubiera llegado donde llegó. A Amador se le pueden criticar muchas cosas, nunca que no estuviera al lado de su hermana en todos los momentos de su vida, en los buenos, en los malos y en los regulares. Y a Gloría simplemente la adoraba, era su mujer amiga, y su paño de lágrimas.
Una mujer discretísima, a quién no le gustaba vivir a la sombra de la estrella y sí estar ahí en todos los momentos importantes de su vida. Una vida que un año después de su desaparición, bien merece conocerse, y que ese gran escritor que es Antonio Burgos, ha publicado en forma de biografía porque así se lo pidió la Jurado días antes de morir.
Una cuenta que el escritor sevillano ha saldado con gran éxito, no sólo porque escribe como los propios ángeles, sino porque recuerda anécdotas que vivieron juntos en diferentes épocas de su vida, y porque a lo largo de sus páginas va configurando un retrato poco conocido de esa gran estrella de la canción española que fue Rocío Jurado.
Rosa Villacastín.