Actualizado 29/06/2007 02:00

Rosa Villacastín.- La Princesa está triste, que tendrá la Princesa

MADRID 29 Jun. (OTR/PRESS) -

Quién podía pensar hace tan sólo unos días, cuando me hacía eco del "enclaustramiento" de la Princesa de Asturias, que aparecería en público apenas una semana después, para asistir al funeral de Estado que se celebró en Paracuellos del Jarama por los seis soldados muertos en el Líbano.

Y lo hizo sin estar previsto, de luto riguroso, con el dolor reflejado en su semblante, sin gafas, y en compañía del Príncipe Felipe, su esposo. Una escena que me impresionó -como estoy segura que impresionó a mucha otra gente-, por la similitud con otra no tan lejana en la que los protagonistas eran precisamente los padres, los abuelos, la familia más directa de la Princesa de Asturias.

Imagino como debió sentirse Doña Letizia al acercarse a las madres de los soldados muertos, la de imágenes propias que se le pasarían por la cabeza, en unos momentos tan difíciles de sobrellevar. De ahí que en más de una ocasión no pudiera contener las lágrimas, al tiempo que trataba de consolar a quiénes hoy por hoy no pueden sentir consuelo alguno. Dicen que no hay dolor más grande que el de sobrevivir a los hijos, en este caso, a seis muchachos que se habían alistado en el ejército español, con toda la ilusión del mundo, buscando la aventura pero también una salida digna a su vida.

Es indudable que actos de este tipo son los que acortan las distancias sociales, los que han propiciado que el pueblo soberano se sienta arropado por todos y cada uno de los miembros de la Familia Real. Basta recordar el comportamiento, la solidaridad de todos ellos con las victimas del atentado de Atocha, donde perdieron la vida 192 personas. Habrá que piense que es su deber, y efectivamente así es, pero hay formas y formas de desempeñar una labor como la suya: Al más puro estilo Isabel de Inglaterra -sin exteriorizar emoción alguna, sin que se le mueva un músculo de la cara, ocultando cualquier sentimiento que se pueda considerar una debilidad, tal y como hizo cuando murió Diana de Gales-, o como se muestra Doña Sofía, a quién no le importa llorar en público.

La Princesa de Asturias vivió su bautizo de fuego cuando todavía no se había casado con Don Felipe. Y lo hizo ante las cámaras, en un lugar que impresionaba, la Catedral de la Almudena abarrotada de personas que habían perdido a sus seres más queridos en el atentado más atroz de la historia de España.

Vivía entonces la Princesa en una nube de felicidad, lo que no le impidió mostrar su lado más humano, más solidario, más real. Hoy sabe ya cómo es el lado más amargo de la vida, lo que es perder a un ser querido, a una hermana, cómo se sienten quiénes sufren una tragedia como la ocurrida en el Libano, o en la carretera cada día.

Estoy segura que cuando se dirigía a Paracuellos, no buscaba foto ni protagonismo, pero su comportamiento la convirtió durante unas horas en la protagonista de una mañana que sólo invitaba a la tristeza.

Rosa Villacastín.

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