MADRID 5 Abr. (OTR/PRESS) - La pausa de Semana Santa decretada por el tribunal del macro juicio del 11-M debería servir para que los creadores de la teoría de la conspiración, quienes la alimentaron y quienes coquetearon con ella, se lo piensen y, de una vez por todas, abandonen esa rocambolesca, estúpida e inútil vía. Porque a medida que se avanza en el juicio comienzan a vislumbrarse aspectos del atentado y sobre todo de su gestión por parte del anterior Gobierno que sin duda estarán poniendo los pelos de punta a esos ciudadanos de buena voluntad que creyeron a pié juntillas las explicaciones de los Acebes, los Zaplanas, los Astaloas y los Aznares, en su desenfrenado empeño por ocultar unas evidencias que hoy están quedando al desnudo.
Hasta el exitoso trabajo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, dando al mundo un ejemplo de eficacia sin precedentes por la rapidez con que fueron capaces de desentrañar la enmarañada estructura de la trama islamita, se ve hoy devaluado. Y es que en sus investigaciones no partieron solo de indicios -ni siquiera de las evidencias que aportaron la furgoneta Kangoo, la cinta de vídeo, la mochila sin explosionar, el móvil, las tarjetas de prepago, los explosivos de la mina Margarita o las reivindicaciones- partieron sobre todo de una proximidad previa a las claves del atentado que la descoordinación de unos y la tozudez de otros impidió que se actuase con la eficacia necesaria para abortar lo que sería el mayor atentado terrorista de nuestra historia. Ni la policía, ni la Guardia Civil, ni el CNI, ni por supuesto sus responsables políticos, fueron capaces de poner orden en un rompecabezas cuyas piezas estaban delante de sus ojos. Las estaban palpando, revolviendo, manejando todos los días pero los terroristas se les anticiparon. Entre otras cosas porque disponían de pocos efectivos y medios, y porque sus superiores políticos hicieron caso omiso de las advertencias. Así, cuando ocurrió lo irremediable, cuado reventaron los vagones y 192 personas perdieron la vida, esos superiores políticos plantaron con su descomunal mentira la semilla de lo que iba a ser la teoría de la conspiración. Una teoría que creció como una bola de nieve impulsada por algunos dirigentes del PP, sus grupos mediáticos y determinadas asociaciones de victimas también manipuladas y manipuladoras. Pero como la bola era de nieve terminó por derretirse y dejar en evidencia sus vergüenzas. Pese a que los grupos mediáticos de la conspiración sigan erre que erre.
Tapar esas vergüenzas, ocultarlas ante una opinión pública que ya les desalojó del poder por mentir, ha sido una de las tareas en que ha puesto mayor empeño el PP. Con el episodio de Agustín Díaz de Mera la mentira alcanza proporciones difíciles de digerir. Anteponer al respeto a los 192 muertos una supuesta lealtad hacia un supuesto informante que habló de la existencia de un supuesto documento probatorio de la supuesta participación de ETA produce estupefacción y asco.
Un asco que aumenta hasta la nausea con las opiniones de Zaplana, del presidente de la AVT, del europarlamentario Mayor Oreja o del siempre histriónico diputado Martínez Pujalte. Algo debería hacer Rajoy al respecto si quiere conservar la dignidad que se le supone a un candidato a la Presidencia del Gobierno.
VICTORIA LAFORA