MADRID 23 Jun. (OTR/PRESS) -
El ministro Wert, el responsable de la Educación, recibió el viernes otro sonoro abucheo en el palco del Teatro Real. No solo le abuchearon sino que le pidieron la dimisión con gritos de "!Fuera, fuera¡".
No lleva una buena temporada este cargo público que tan orgulloso se siente de una reforma educativa que lleva su nombre y que está causando al Gobierno más de un quebradero de cabeza, a la par que el rechazo desde sus propias filas.
Wert no es un "pepero" de pata negra, de los de toda la vida, es un recién llegado, nombrado ministro por su amistad con Rajoy. Por eso hay sectores del partido que no le soportan. Sobre todo en provincias, donde sus dirigentes tiene que dar la cara para defender una reforma que no les gusta nada. Temen que el rechazo que provoca pueda tener un coste electoral y, además, critican que no se les ha consultado ninguna de las medidas. No les gusta la ley Wert, ni les gusta la nueva política de becas que está expulsando de las universidades a los alumnos con menos recursos. ¿Para eso se inauguraron tantas universidades repartidas por toda la geografía española?
La Reina Sofía, que bastante tiene con aguantar los abucheos con los que últimamente reciben a los miembros de su familia, aguantó estoicamente el tipo mientras se oían los gritos contra su vecino de palco.
No le salen bien las reuniones al ministro que, pese a su habilidad dialéctica y su desparpajo, no ha conseguido convencer de las bondades de sus medidas ni al sector educativo, ni a los padres, ni a los becarios, ni a sus presidentes autonómicos, ni siquiera a Rouco Varela. El obispo quiere que una vez elegida la asignatura de religión no se pueda dar marcha atrás. No quiere que se le pregunte al alumno, cada curso, si opta por la religión. No vaya a ser que un año diga sí y el otro no. ¡Qué poca confianza en el interés de una materia que con tanto ahínco han logrado imponer en los planes de estudio!
La cuestión, leído todo lo anterior, es si merece la pena, a alguien en su sano juicio, ostentar un sillón ministerial cuando las valoraciones de las encuestas sobre su gestión son demoledoras; cuando se es el ministro peor considerado por los ciudadanos; cuando hasta los mejores estudiantes de la universidad pública le niegan el saludo, a él, que dice defender la excelencia.
¿Realmente merece la pena tener que ir enganchado al teléfono móvil, haciendo como que se habla con grandes risas para evitar las preguntas de los periodistas en el Congreso?. ¿Ver tu rostro impreso en pancartas de manifestaciones contra tu reforma, donde miles de personas piden tu dimisión? O sea, saber que no te quieren y seguir. Será que sí; que a Wert le merece la pena.
Otra cosa es que la Educación con mayúsculas, ese material sensible sobre el que descansa el futuro de un país, se merezca un ministro como este.