MADRID 8 Nov. (OTR/PRESS) -
Las religiones más toscas de la antigüedad ofrecían sacrificios humanos antes de abordar empresas importantes. Cultivaban dioses muy brutos, que ahora vuelven. En vísperas de unas elecciones cruciales, un matarife de Washington ha querido propiciarlos con los despojos de un enemigo. En la ciudad santa de Medellín, a José Mari Aznar, un portavoz autorizado de la Edad Media, le florece una sonrisa dulce y noble ante la perspectiva del infame Hussein balanceándose en su cuerda. Es el mismo portavoz que en su momento reclamó el bombardeo de Beirut.
Hussein fue un buen cliente de los americanos y sus primos, con cuyas armas se explayó cazando kurdos antes de que éstos fueran clasificados como especie protegida. Los kurdos se lamentan de que su problema ni siquiera haya ido a juicio, pero es que no se le condena por eso. Probablemente, Hussein cavó su tumba el día que invadió Kuwait, feudo de primos poderosísimos que vieron en su gesto un pretexto estupendo para esquilmar al incauto. Fue tan ajeno al follón del 11 de septiembre como ETA al del 11 de marzo pero el buen pueblo de Internet es tan dócil como el de las eras oscuras y con la actual pornografía de masas es más fácil que nunca predicar una cruzada. No se sabe bien por qué, pero basta proyectar cualquier película desde un púlpito para que el instinto básico haga el resto. Como es habitual en estos casos, se contrató a una manada de soldados y a una panda de teólogos y la plebe, entusiasmada por la combinación de muerte y redención, se apuntó a rezar y a dar zarpazos. Cuando cayó bajo el sino de los tiranos, traicionado por los suyos, se le expuso para que el público comprobara que era completamente de barro y que siempre se había teñido el pelo. Luego se eliminó físicamente a sus abogados para que no incordiaran... Un domingo de noviembre consecutivo al Día de los Difuntos, se le notificó que debía morir porque iban a celebrarse unas elecciones. Hussein no es un pobre anciano indefenso a solas con su destino, y mal cristiano sería quien dejara que la compasión le ablandara el corazón. Simplemente ha perdido una guerra, uno de esos juegos fascinante de codicias, patrañas y venganzas.
Cuando el turco Mohamed se aprestaba a asaltar Bizancio, provocó a los sitiados sacrificando a cuarenta jóvenes, "los más valientes de Italia y Grecia", anota Gibbons. Ni corto ni perezoso, el último emperador cristiano, un tipo piadoso y digno, según las crónicas, le replicó colgando de las murallas las cabezas de 260 cautivos musulmanes. Si la suerte hubiera cambiado tornas y las fuerzas del mal hubieran prevalecido, los condenados a la horca hubieran sido Jorge uve doble Bush, el machote Rumsfeld y tal vez la sinuosa Rice. ¿Se imaginan a los tres en televisión dando patadas al vacío con la cuerda al cuello mientras los niños almuerzan? Sería absolutamente obsceno y, total, por 650.000 muertos... En cambio, el justo suplicio de este árabe y sus malhadados cómplices será un ejemplo para los niños y representará un triunfo para la democracia.
Agustín Jiménez.