MADRID 21 May. (OTR/PRESS) -
Han bastado dos fotos de dirigentes con semblante preocupado, unos planos generales de milicos apresurados descargando camiones o removiendo cascorros y un racimo lento de primeros planos con rostros sufrientes y manos retorcidas para que los comentaristas hayan decretado no solo que los chinos son seres como nosotros sino que el terremoto ha propiciado un cambio democrático en un régimen que hasta hace unos días asimilábamos al acero inmisericorde acero de la junta birmana. Treinta segundos de telediario dan para anular un prejuicio y forjar una idea nueva.
Tras el traspié de la antorcha olímpica, los comunicadores chinos han encontrado los gestos oportunos que dan pie a la benevolencia pública del teatro del mundo y ello en las mismas fechas en que otros actores aburren al personal con poses equivocadas. Así, por ejemplo, Hillary Clinton se esfuerza en malhograr su carrera aparentando una determinación viril que llega con veinte años de retraso. Pues frente a la mujer macho se yergue ya la simpatía femenina de Barak Obama. También hay políticos que, hambrientos de influencia, gesticulan en todos los sentidos y en cualquier dirección.
Aquí habría que clasificar los bandazos de Sarkozy, el hombre orquesta que lo mismo asume una solemnidad pontifical que un aire gamberrete y pichaalegre. Aquí probablemente habría que clasificar los aspavientos de la oposición española en el culebrón María/Mariano. Carentes de actores ingeniosos de la talla del húngarofrancés, un revuelto de extremistas/centristas/liberales asume por horas papeles de duros, de blandos, e incluso de personas reflexivas, en busca del diapasón esquivo.
Más misteriosos son los últimos gestos de los italianos. Sin ninguna vergüenza - "sin complejos", diría un dirigente nuestro -, la derecha ha desenterrado el brazo en alto de los fascistas en torno a un Duce engominado, amigo del precitado dirigente nuestro y que seguramente encarna al italiano eterno. Apiñadas en torno a esa estatua de hombre, las fuerzas vivas combaten a los ejemplares de otras razas e incluso se arman contra los españoles, italianos de segunda, que los adoran. De "Il Corriere" a "Il Giornale", las periódicos anotan las injurias que les propinan ministros de un país que, no contento con legalizar a los maricones, supera en PIB al país de la Bota y la canción napolitana.
Muchos italianos están avergonzados (como nos avergonzábamos nosotros en tiempos de Franco o en los últimos tiempos de Aznar). Pero el Duce en cuestión programa todas las televisiones y casi todos los periódicos y podría convencerlos con dos o tres gestos esenciales. Los psicólogos conductistas nos enseñaron que, si repetimos un gesto, llegamos a sentir las emociones que lo acompañan. ¿Qué pasará si, en 2008, los italianos se acostumbran a levantar el brazo como hacían los fascistas en su época dorada?
Agustín Jiménez.