Actualizado 13/02/2007 01:00

Antonio Jiménez.- Vidas paralelas

MADRID 13 Feb. (OTR/PRESS) -

Durante los momentos más agrios y ásperos del debate nacional sobre el apoyo de Aznar a la guerra de Irak no fueron pocos los ministros del Gobierno y dirigentes y militantes del PP que en "petit comité" o en almuerzos con periodistas, "off the record", expresaron su desazón y contrariedad por la decidida estrategia del presidente. Aznar era criticado en privado, con más o menos severidad, por su personalista visión del conflicto unida a la decidida actitud de alinearse en primera línea, en vanguardia, junto a Bush y Blair, mientras nadie osaba contradecirle ni discrepar en público. Por entonces, en vísperas de que las tropas norteamericanas entraran en Bagdad y derribaran la estatua del dictador Sadam Hussein, acudí a la Moncloa para una entrevista que el presidente me había concedido para el magazín matinal de RNE. Me llamó la atención la tranquilidad, aplomo y seguridad con la que Aznar vivía en la Moncloa aquellos días de notable crispación política en la calle. El presidente estaba convencido de que su apuesta política y estratégica le iba a salir bien y tendría como premio para España situarse entre las grandes naciones del mundo, junto a Estados Unidos, con capacidad de influencia y decisión en la política internacional. Aznar podría estar equivocado pero su apuesta era sincera y honesta. No diré yo que la de Zapatero, respecto a ETA y al debate sobre la Nación, no sean apuestas lo mismo de virtuosas y nobles. El caso es que Aznar se equivocó y el tiempo terminó dándole la razón a los suyos que le criticaron en privado, aunque no tuvieron el necesario coraje democrático de decírselo en público, y a la Oposición que se lo gritó repetidas veces en la calle. Y a Zapatero empieza a ocurrirle lo mismo.

Esa sensación de "deja vu" se advierte entre muchos socialistas, incluidos algunos ministros, que dicen cosas distintas y hasta contradictorias según las expongan en cenáculos y reuniones entre amigos o en los órganos ejecutivos del PSOE y en los foros de opinión, incluidos los medios informativos. Quienes pasan por Moncloa o conversan fuera distendidamente con Zapatero sobre los asuntos que mayor pasión y controversia suscitan en la opinión pública, comentan con desconfianza y desazón la osadía y seguridad, no exentas de vehemencia, con las que intenta razonar sus argumentos. Zapatero acusa a Aznar de haber engañado a la gente y promovido el odio con la Guerra de Irak y no cae en la cuenta que otro tanto está haciendo él con algunas de sus políticas, sobre todo la que sigue con ETA-Batasuna, al dividir a los españoles y enfrentarlos abiertamente, ya sea en el Parlamento o en la calle. Vivimos tiempos de delirio y resentimiento sobre los que han reflexionado en sendos artículos, magníficos y acertados, Antonio Muñoz Molina y Félix de Azúa a los que el presidente debería escuchar y hacer caso, por su bien y el de todos los españoles, en vez de guiarse sólo por los consejos de alguien que concibe la experiencia y los años como una enfermedad política. Un tal Suso del Toro.

Antonio Jiménez.

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