MADRID 16 Jul. (OTR/PRESS) -
La alegría sincera por nuestro triunfo en el Mundial, la seducción colectiva por el buen estilo de Vicente del Bosque y el "subidón" generalizado por ver a España en las primeras paginas de la prensa internacional, echaron la persiana "por vacaciones". Todos estos acontecimientos han sido un buen broche a un año duro y complejo. Y ha sido en este ambiente por el que se ha colado el debate del estado de la Nación que, según los expertos en sociología, es el que menos interés ha suscitado en los ciudadanos. La persiana estaba echada.
Pero ahí ha estado el debate. Un debate envuelto en las urgencias electorales, en el cansancio por una crisis que no tiene fin y en el aburrimiento que produce lo previsible. Ha sido un debate en el que se ha confirmado que Zapatero y Rajoy ya no tienen nada que decirse. Sólo les queda recrearnos con un rato de esgrima dialéctica, que, en realidad, es lo único que hemos visto. El presidente, de manera bien deliberada, realizó un primer discurso muy plano, muy de repaso de los hechos, sin carta en la manga, sin propuesta nueva alguna. Pero el debate no fue tan plano como su discurso. Llegó Rajoy y enfrentó a Zapatero con Zapatero. Lo hizo de manera audaz y brillante, con unas formas bien cuidadas. Y a Rajoy le respondió Zapatero, que se le lanzó al cuello, le mordió en la yugular, perdiendo las formas de manera innecesaria. Un poco roto se le vio al presidente que, sin embargo, trató de envalentonarse ante el líder de la oposición. Acabaron en tablas, aunque en esta ocasión Rajoy mantuvo mejores formas que Zapatero.
El ratito de esgrima dio paso al embeleso, al cortejeo, a las palabras cuidadas y medidas para con los nacionalistas. Durán, que es duro en los discursos, no logra enfadar al presidente, que tiene como estrategia no dar pie a que algunos crean que entre él y los nacionalistas hay distancias insalvables. Todo lo contrario. Con tanto salames Zapatero parte en cierto modo la estrategia de CiU, que a estas alturas no quiere que el presidente les quiera. Pero les quiere, porque les necesita, como necesita al PNV que se perfila, cada vez más, como el socio que ayudara al Gobierno a sacar los próximos presupuestos al igual que Coalición Canaria.
La geometría variable va a seguir funcionando. Pero la cuestión no es numérica, es política. La cuestión está que por muchos apoyos que tenga el Gobierno por parte de algunos minoritarios, éstos no le aportan la energía necesaria, no le libran del desgaste que él mismo reconoció había sufrido. El que Coalición Canaria o el PNV apoye las cuentas publicas, lo único que visualiza es precisamente la debilidad del Ejecutivo. Un Gobierno fuerte, con capacidad de liderazgo busca, en momentos de dificultad como los actuales, por encima de todo, amplios, muy amplios consensos, pero el presidente ha renunciado a ellos. Todo su cariño está volcado en los nacionalistas, de los que dijo que en ocasiones eran más patriotas que otros; es decir que el Partido Popular. Es una opción legítima, pero la menos entendible por la mayoría de los ciudadanos españoles.
Este debate ha sido el primer paso de una larguísima campaña electoral, o a lo mejor no tan larga. El pensamiento mayoritario da por hecho que el presidente agotará la legislatura hasta el último día que legalmente sea posible. Personalmente no doy por cerrada ninguna hipótesis. Lo que sí es casi una evidencia es que estamos en el final de un ciclo y sólo al presidente corresponde la facultad de abrir la puerta para acudir a las urnas. Sugiero que nadie dé por seguro nada, ni siquiera un eventual adelanto electoral. ¿No sería razonable, por cuestiones de austeridad, por ejemplo, convocar elecciones generales junto con las municipales? Esto es sólo un decir. Lo que no es un decir es que la agenda de los dos grandes partidos está repleta de ratitos de esgrima. No queda más.