MADRID 28 Oct. (OTR/PRESS) -
La policía europea está en estado de alerta. Los expertos en la lucha contra las redes mafiosas temen la llegada de grandes partidas de heroína procedente de Afganistán. Tradicionalmente ha sido la mafia turca quien actuaba de intermediaria en este tipo de comercio delictivo, pero, al parecer, también las mafias europeas participan de este lucrativo negocio. Un negocio criminal cuyo origen son las plantaciones de adormideras que se reparten por zonas perfectamente conocidas de aquel país, en el que, por cierto, hay varios miles de soldados occidentales, de los que alrededor de un millar son españoles.
Tras el ataque terrorista del 11-S contra las Torres Gemelas de Nueva York, la comunidad internacional apoyó a los Estados Unidos cuando atacaron a los "talibanes", tomando Kabul, la capital y persiguiendo a esta fanática milicia islamista hasta su refugio en las escarpadas montañas de Tora Bora. Se dijo entonces que el nuevo Gobierno de Ahmed Kharsai sería la garantía de un proceso que con ayuda de Occidente encauzaría definitivamente a Afganistán por la senda de la democracia acabando con los feudos de los "señores de la guerra" que son quienes amparan los cultivos de opio que exportan convertido en heroína. Cinco años después, vemos que ninguna de los objetivos planteados se ha cumplido. Los "talibanes" no han sido derrotados; Bin Laden continúa en paradero no revelado; para escarnio del mundo, las mujeres afganas, encerradas en vida dentro de sus "burkas", siguen ocupando una posición ancilar en la sociedad; el Gobierno de Kharsai apenas controla Kabul; los "señores de la guerra" mandan en sus respectivos territorios y -según denuncian los expertos de la policía- la cantidad de heroína que exportan supera ya las cantidades que introducían en el mercado antes de la guerra.
Así las cosas, y a la vista de la inutilidad manifiesta que supone la presencia de tropas españolas en el lugar, parece que quizá ha llegado el momento de reconsiderar la cuestión. El Gobierno que ordenó la retirada del contingente militar que apoyaba a los americanos en Irak -una decisión que sintonizaba con la mayoría de la opinión pública española-, no debería prolongar por mucho tiempo más la misión en Afganistán. Nos cuesta un dineral, nuestros soldados arriesgan su vida en un país en el que no nos quieren, y, por encima de todo: el objetivo proclamado -democratizar Afganistán- es una quimera. El día que nos vayamos de allí todo seguirá igual: fanatismo, "burkas", Edad Media, tráfico de armas y cultivo de opio. Hay esfuerzos que por su demostrada inutilidad conducen a la melancolía. Cuantos antes nos vayamos de Afganistán, mejor.
Fermín Bocos.