MADRID 21 Dic. (OTR/PRESS) -
No se habla de otra cosa en las redes sociales. El ciudadano Gonzalo Moliner, presidente del CGPJ, se ha ganado a pulso el dudoso honor de estar en boca de todos. Y no por sus aciertos en la conducción del Alto Tribunal que preside. Su inopinada fama procede de una metedura de pata. Por no calificarla de otra manera más acorde con los adjetivos que le dedican los ciudadanos que se desahogan en el espacio cibernético. Resulta que el presidente -que lo es también del Tribunal Supremo- considera que no es propio del titular de tan alta encomienda viajar en clase turista. Lleva mal las restricciones presupuestarias que también afectan al Consejo que preside. Se diría que le sucede lo que a ciertos políticos, empresarios y banqueros que viven aislados en una burbuja que les impide ver y comprender que hay una ciudadanía doliente que está pasando las de Caín y sobrevive como puede. No ven o no quieren ver que en estos tiempos de despidos, recortes de salarios, congelación de pensiones y aumento en progresión geométrica de los desahuciados sociales que sobreviven gracias a Caritas, en España está fermentando una actitud muy crítica respecto de las conductas de los poderosos.
Conviene recordar que el actual presidente del CGPJ está donde está tras el escándalo que obligó a dimitir a su antecesor, Carlos Dívar, hombre que tenía una libérrima idea acerca de la libre disposición del dinero público destinado a compensar las dietas de los viajes oficiales. Dívar se fue, pero quien le sustituyó parece haber heredado el malentendido inicial acerca de lo que supone la dignidad asociada a tan alta magistratura. Viajar en turista cuando el importe del billete corre a cargo de los exprimidos contribuyentes no es un desdoro. Es lo razonable. Y, si el viaje es largo, transoceánico, el viajero en viaje oficial tiene la opción de completar la diferencia de precio pagándola de su bolsillo. Vivimos tiempos difíciles en los que pagan las consecuencias de la crisis quienes no lo han provocado. Por eso, aquellos que en razón de su trabajo o encomienda están felizmente a salvo de la intemperie que otros (cinco millones y medio de parados) han de soportar, deberían mostrar un mínimo de sensibilidad. Son muchos los españoles que lo están pasando mal y unos pocos los afortunados a los que la crisis no les afecta. Lo menos que se espera de ellos es que sean prudentes. Que no provoquen un llamarada de ira como lo que ha conseguido el presidente del CGJP con sus declaraciones clasistas. Si alguien cree que exagero, que se de una vuelta por la Red.