Actualizado 20/01/2007 01:00

Fernando Jáuregui.- ¡Que se acaba el mundo!

MADRID 20 Ene. (OTR/PRESS) -

Cuando el cambio de siglo alboreaba, un célebre modisto parisino, Paco Rabanne, logró reverdecer algunos laureles mediáticos a base de pronosticar un inmediato fin del mundo. Una hija mía, entonces de doce años y en un campamento veraniego en Francia, nos telefoneó entre lágrimas: "quiero ir a pasar el fin del mundo con vosotros", nos sollozó a su madre y a mí. Desde entonces, he procurado reírme mucho de esa sin embargo innata superstición que nos hace creer que 'algo' hay en los horóscopos (y 'algo' hay, sigo temiendo a pesar de mis sonrisas de superioridad, en los horóscopos) o que existen gentes que te miran la mano y averiguan tu porvenir (pero claro que esas gentes existen...).

Supongo que todo depende del grado de realismo mágico que estés dispuesto a incorporar o aceptar en tu vida. Ahora escucho cómo bromistas -¿están verdaderamente de broma?- en las radios pretenden tomarse a chacota, pero seguro que ellos tragan saliva preocupados como yo, ante ese 'reloj del juicio final' que el científico Stephen Hawking acaba de poner en hora. Al fin y al cabo, Nostradamus también pasaba por ser un hombre de la ciencia, y a Paco Rabanne todo se lo perdonamos en función de sus atrevimientos genialoides. Lo de ahora es, temo, distinto, pro cada vez menos distante.

El caso es que de nuevo nos amenazan con la hecatombe final dentro de cinco minutos (tiempo hawkingniano, claro) y esta vez la advertencia es más seria que la de la mala racha que pasa Leo o lo próspero que está Capricornio en cuestiones de amor. Ya saben que los cabezas de huevo de la Universidad de Chicago acaban de rebajar dramáticamente el número de minutos que nos quedan para decir adiós colectivamente a este perro mundo: de diecisiete a cinco. Y, aunque el reloj de los premios Nobel, Hawking incluido, de la Royal Society de Londres tenga su propio ritmo, de manera que esos cinco minutos no son precisamente trescientos segundos, la cosa es más preocupante que el vaticinio que hizo que mi hija llamase urgiendo pasar con nosotros el trago postrero que pregonaba el modisto dichoso.

Una nueva era nuclear, el cambio climático sin precedentes, las emergentes tecnologías biológicas, es lo que ha hecho que los muchachos de la Royal pongan nueva (des)hora al reloj. Y yo, qué quieren que les diga: por mucho tono festivo con el que intente, a semejanza de tantos de mis compañeros y comentaristas varios, aligerar una vaga sensación de angustia, debo reconocer que esa angustia existe: que se lo expliquen a los almendros, que, engañados por el clima, han empezado a florecer según y dónde hasta con un mes de antelación. ¿Habrán escuchado también ellos la voz sintética del genio clavado a su silla de ruedas y han decidido anticipar sus relojes?

Fernando Jáuregui.

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