Actualizado 24/11/2018 08:01

Fernando Jáuregui.- Así no llegamos al 'superdomingo' ni locos

MADRID, 24 Nov. (OTR/PRESS) -

Los rumores de todo tipo se incrementan. Dicen que una victoria socialista -de Susana Díaz, digo- el próximo día 2 de diciembre en Andalucía, el posible, pero no seguro, hundimiento de Pablo Casado si el desastre le sobreviene al PP andaluz pero, sobre todo, una coyuntura política que se tensa y se adensa, estarían obligando a Pedro Sánchez a barajar un adelanto de elecciones. Incluso se dice en medios que presumen de estar cercanos a La Moncloa que este adelanto se podría concretar en un 'superdomingo' de mayo con cinco urnas al tiempo: las generales -con papeletas de Congreso y Senado--, las europeas, las autonómicas donde toquen y las municipales. Ignoro si el presidente ha virado del 'Legislatura hasta junio de 2020 como sea' hasta esta tesis, que adelantaría en un año la disolución de las Cortes y el fin de la Legislatura más extraña que haya vivido la democracia española. Pero, si le digo a usted la verdad, así no llegamos al 'superdomingo' ni locos.

Que no. Que la Legislatura está ya agotada. Que no resulta creíble gobernar con los presupuestos, tan denostados, de Rajoy. Que cada sesión de control parlamentario es ya, con escupitajos o sin ellos -que yo, que andaba por allí, creo que no hubo, aunque mala educación sí que hubo, y a raudales; y no solo por parte de Rufián--, un circo. Que una parte del Gobierno, comenzando por la ministra de Justicia, está no solo reprobada, sino abrasada, de pervivencia imposible. Que los 'indepes' ya no son tan, tan aliados. Que el único amigo que le queda a Sánchez, Pablo Iglesias, tampoco es, si usted lo ve bien, un amigo tan, tan fiable. Que llega el 'juicio del siglo' contra Junqueras y compañía y el Ejecutivo central sigue sin una interlocución sensata y constructiva con el chiflado que habita en el Palau de la Generalitat.

Si Pedro Sánchez, entre viaje y viaje, entre ocurrencia y ocurrencia sobre el Peñón, no entiende que el Estado se está desgastando, que entre todos -también los del anterior Gobierno, faltaría más- estamos llevando a la Justicia al desprestigio, al Parlamento al espectáculo, a la Política, con mayúscula, hasta la política, con mucha minúscula, no sé, la verdad, en qué están pensando el presidente y sus asesores. Pero si cree que, a base de echar mano de decretos y de fuegos de artificio, todo le va a salir redondo -es un juego de palabras, sí- para poder llegar, aunque sea a trancas y barrancas, hasta ese 26 de mayo, en el que los españoles entraríamos a votar a las diez de la mañana y saldríamos a las doce, tras recorrer cinco urnas -del recuento de votos ya ni hablamos: habrá presidentes de mesa que se tiren por el balcón--, se equivoca.

Cualquier observador percibe que el Gobierno central, por mucho que Sánchez haya dado más muestras de resistencia que Superman y Batman juntos, no puede aguantar tanto deterioro. Por mucho oxígeno que vaya a recibir procedente de Andalucía, que ya veremos, entre otras cosas porque doña Susana no es exactamente lo mismo que don Pedro. Desde Cataluña el aire llega viciado, pero mucho; desde Madrid no digamos; de Galicia llega un viento gélido; en el País Vasco ya no creen en el habitante de Moncloa; los 'barones' socialistas en Valencia, Extremadura, Castilla-La Mancha, Aragón, Baleares, están callados, pero aterrorizados. Los 'veteranos' de los tiempos felipistas y zapateristas ya se han alejado del todo. La Justicia se encrespa y, culpas propias al margen, seguramente tiene razón: el adiós de Marchena ha sido un golpe muy serio a todos los apaños de la clase política.

Supongo que no hay encuesta, ni siquiera, ejem, las del CIS, capaz de medir el hartazgo social ante tanto deterioro. Ni un acuerdo constructivo en esta Legislatura pringosa, más allá de permitir a los partidos hurgar en nuestras intimidades o tratar de repartirse el gobierno de los jueces. Sánchez todavía puede salvar los muebles. Personalmente, le reconozco, en medio de sus muchos, enormes, defectos personales y políticos, que aún representa el último valladar frente a lo que podría venir si no actúa bien y a tiempo, buscando coaliciones de futuro no con sus actuales aliados, sino precisamente con el 'otro bando'.

Porque, nada más y nada menos, hay que salvar a este país de las fuerzas destructivas que desde este mismísimo país, sin ayuda exterior ninguna, ni siquiera del Brexit, hemos puesto en marcha. Ya lo dijo Bismarck. España es el país más fuerte del mundo, porque lleva siglos empeñado en destruirse y no lo ha conseguido. Puede que, como sigamos así, acabemos por lograrlo, invalidando la certera frase del 'canciller de hierro'.