MADRID 15 Feb. (OTR/PRESS) -
Bien está la investigación periodística acerca de los misterios que aún rodean a la masacre aquella que nos llenó el alma de congoja el 11 de marzo de 2004. El día más triste de la todavía joven democracia española. Y existen puntos oscuros, errores en la investigación policial, insuficiencias en la instrucción sumarial del juez, imprecisiones en las explicaciones oficiales. Aplausos para aquellos colegas que supieron o pudieron revelar detalles que escaparon a la comisión parlamentaria de investigación -que jamás llamó a declarar a esos colegas, por cierto-. Porque aún perviven dudas en la opinión pública acerca de los últimos instigadores del atentado terrorista islamista. Y decimos islamista con todas las consecuencias: no existen pruebas concluyentes de otras posibles complicidades.
Y es que, una vez hecha la loa a esos periodistas de investigación que han ido más lejos que las verdades oficiales o convenientes, hay que decir que otros informadores, comentaristas, opinadores, tertulianos, allegados a la información, analistas metidos a sabuesos, están sembrando la confusión y el hastío en la ciudadanía. Yo mismo, que procuro estar informado de los dimes y diretes en torno al caso, confieso sentirme un poco perdido ante tanta versión sobre componentes de los explosivos -muchos que no saben quieren pasar ahora por expertos en la cosa-, confidentes, móviles, furgonetas y presuntos manejos policiales. Muchas de las dudas que desde sectores mediáticos muy concretos se lanzan sobre policías, jueces y, sobre todo, sobre la actuación en el caso del Gobierno (del actual, claro) son interesadas. Y peligrosísimas.
Porque cuestionar todo el sistema, como hacen algunos, a base de sugerir implicaciones de los socialistas en la trama, negligencias o cosas peores aún en las indagaciones de la policía y absoluta incompetencia en el juez instructor, empieza a resultar en un descrédito general de instituciones que deberían contar con la confianza inicial de los españoles. Y todo ello pesa, naturalmente, sobre el inicio de la vista oral, casi tres años después, de aquel caso. ¿Qué ocurriría si, desde el extremo contrario, se pusiese en cuestión a quien presidirá este 'juicio del siglo' porque procede de una asociación conservadora de magistrados? Menos mal que ha imperado la sensatez (hasta ahora) y nada de esto ha ocurrido: de los jueces, de los fiscales, hay que presumir una recta intención en sus actuaciones. Una profesionalidad que no hay que demostrar a priori, sino que se comprobará en las actuaciones del togado de que se trate.
Pensar y decir, como algunos dicen (quizá también lo piensan), que magistrados y fiscales de la Audiencia Nacional, del Supremo, del Constitucional, se sitúan permanentemente al borde de la prevaricación por su obsesión de obedecer las más insensatas órdenes procedentes del Gobierno, o de la oposición, es muy grave. Ocurre todos los días. No hay, entre esos lanzadores de insidias, el más mínimo respeto a la presunción de vigencia del principio de separación de poderes de Montesquieu, que proclama la independencia judicial respecto de otros poderes. No decimos nosotros que a veces algún juez, algún fiscal, no se haya extralimitado, o no se haya quedado demasiado corto, en sus actuaciones. Ni tampoco me atrevería a asegurar que desde el Gobierno no hayan emanado algunas presumibles instrucciones para que la justicia se oriente de tal o cual manera. Lo que sí afirmo es que no es esta la tónica general, aunque a veces lo parezca.
Y, en este marco, se inicia la celebración del juicio contra los presuntos culpables de haber colocado las bombas que acabaron con 191 vidas y con la alegría de muchas más personas. Un juicio que se inicia en medio de presiones mediáticas sin cuento. Un juicio que se presume que está contaminado por influencias políticas. No debe ser tal. Sobre el magistrado que preside la Sala recae una enorme responsabilidad, que durará todos los meses que se prolongue esta vista oral, que va a acaparar muchos titulares. No envidio al juez Gómez Bermúdez, ciertamente. Respetemos, al menos, su trabajo: ya lo criticaremos cuando lo merezca. Tendrá que sortear las tremendas presiones de quienes se empeñan en relacionar el atentado con ETA. Y los alfilerazos más sutiles de los que insisten en limitar la trama a los actuales procesados, y punto. Una de las dos españas políticas, mediáticas, judiciales, ha de helarle el corazón. Pobre.
Fernando Jáuregui.