Actualizado 15/12/2006 01:00

Fernando Jáuregui.- La generación de los cincuentones.

MADRID 15 Dic. (OTR/PRESS) -

"Es un desastre que la política española suponga que, o eres presidente del Gobierno a los cuarenta años, o ya no tienes nada que hacer". Más o menos textualmente me lo dijo en alguna ocasión Loyola de Palacio, que, con apenas 56 años, ya estaba de vuelta en la política: había sido muchas cosas y había comprobado que las intrigas palaciegas y los aparatos de los partidos pueden desarbolar muchos buques prometedores.

Supongo que para nada precisa la memoria de la gran Loyola, querida amiga de tantos y también mía, que una mis alabanzas hacia su persona a las muchas que se han prodigado a su trayectoria, a su personalidad, a su talante y a su capacidad de trabajo en estas horas posteriores a la mala noticia de su muerte. Sólo diré que casi todo el mundo la quería y que pocas veces, en tantos años de observador de la cosa política, he visto mayor consternación ante una pérdida.

Así que, teniendo en cuenta que mis elogios serían acaso los de menor peso e importancia entre cuantos se han dedicado a la figura de Loyola, prefiero mirar hacia toda una generación. La que, en adelante, podría sin exageración llamarse la generación de Loyola de Palacio. O la de muchas personalidades afortunadamente vivas y en la brecha, como María Teresa Fernández de la Vega, sin duda la figura política más considerada de cuantas actúan ahora en el escenario. O Esperanza Aguirre, o José María Aznar. Es decir, la generación de los cincuentones, esos tan denostados ahora por los que han llegado, nuevos e inesperados, al poder.

Y, sin embargo, hay que mirar hacia no tan atrás sin ira, pero temo que con nostalgia. Me parece que esas generaciones más o menos a punto de pasar a la reserva tuvieron, tienen, mucha mayor altura en su vuelo que quienes les pisan los talones o los desplazan. Poco aprenden los 'nuevos' de algunos ejemplos de tesón, de sacrificio, de renuncia a protagonismos y a quemar fuegos de artificio, que todo ello es lo que algunos de los citados -con las ideas de unos estaremos de acuerdo; con las de otros, no. Eso no importa, pusieron sobre la mesa como contribución personal para que culminase con bien la transición española.

He citado a políticos vivos, a mí me parece que aún jóvenes para seguir en la política, al menos de acuerdo con los cánones europeos, que no tanto con los que por aquí nos gastamos. Pero podría hablar también de algunos nombres entrañables que, como ahora Loyola, y bastante antes que ella, nos han abandonado, tras una fructífera labor de construcción de una democracia estable para este país nuestro al que queremos llamar España. Desde Joaquín Garrigues hasta Fernández Ordóñez, desde Carmen García Bloise hasta Agustín Rodríguez Sahún, desde Chus Viana hasta Fernando Buesa, o Simón Sánchez Montero.

Estos nombres, y otros muchos, varios ya en retiro o en el deterioro físico o mental, pero todos merecedores de estar en la mejor Historia, se me agolparon en el cerebro cuando, en la noche del miércoles, helando la alegría de una cena navideña con periodistas y parlamentarios, conocí la noticia de la muerte, no por esperada menos dolorosa, de Loyola. Ella también contribuyó no poco a hacer España y me parece que bien podría servirnos, también ella, como acicate para superar tanta mediocridad hoy, aquí, ahora.

Fernando Jáuregui.

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