Publicado 20/09/2025 08:00

Fernando Jáuregui.- Genocidio mental

MADRID 20 Sep. (OTR/PRESS) -

Dos gatos furiosos, a punto de lanzarse uno contra otro, a muerte: "¡genocidio, carnicería, matanza!", maúlla uno. "¡Masacre, atrocidad, brutalidad!" replica indignadamente el otro. Los dos se refieren a la actuación de Netanyahu en Gaza, naturalmente. La viñeta, que pretende reflejar lo absurdo de la batalla semántica que nos corroe en España es del genial Ricardo, en El Mundo.

Todos están contra la actuación israelí en el territorio palestino, pero lo que les desune, y capta la fascinación del respetable público, es el volumen de la descalificación de esa actuación; de manera que, si no la consideras 'genocida', eres casi un pro sionista, y, en cambio, si utilizas esta expresión, te conviertes casi el aliado de Hamas. Y en estas vino Merz y mandó parar.

Ignoro si el pausado, aparentemente moderado, canciller alemán ha podido captar, durante su breve visita a Madrid, entrevistándose con los representantes máximos de los dos gatos en liza, Sánchez y Feijoo, todo el absurdo de la polémica que divide a las dos Españas, siempre dispuestas a hacer buena la maldición de Bismarck: los españoles somo el pueblo más fuerte del mundo, porque llevamos siglos intentando destruirnos unos a otros y jamás lo hemos conseguido. Seguramente, el gato negro y el blanco disimularon ante su interlocutor germano los perfiles más agrios de la polémica, conscientes, cómo no, de la ridiculez de la pelea verbal con la que pretenden engatusarnos haciendo que miremos hacia otro lado y que las cosas verdaderamente importantes nos pasen desapercibidas.

Porque, a mi juicio, lo verdaderamente importante, mientras los focos se centraban en los apretones de manos de Merz, era el encuentro que paralelamente mantenían en Suiza Carles Puigdemont y el 'ministro plenipotenciario' de Pedro Sánchez, José Luis Rodríguez Zapatero. En sus arrebatos algo pueriles de poder, el fugado ex president de la Generalitat ha logrado incluso que se pueda exigir ser atendido en catalán en cualquier establecimiento del país, lo cual es obviamente algo imposible, y tanto Puigdemont como los negociadores del Gobierno central lo saben. No importa: lo crucial es mantener la ficción de que ambas partes, incluso con su mediador internacional de por medio, siguen negociando, hasta el momento en el que se produzca la ruptura final, que será cuando lleguemos hacia el fin de la Legislatura, si es que llegamos.

Y ¿qué es lo que el 'exiliado' líder de Junts pide al negociador que ha sucedido a Santos Cerdán en sus encuentros con el hombre de Waterloo?. Pues, hasta donde la opacidad negociadora nos deja saber, parece que el sucesor de Cerdán, o sea, José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente del Gobierno español, parece que no está siendo excesivamente presionado en la realidad: se trata de mantener el espectro de una negociación, que a Puigdemont es imagen que le viene bien y al Gobierno central, en cambio, muy mal. Para Puigdemont, lo importante es la ficción de que él pide y el Estado al que quiere destruir concede: peregrinación de Albares a la UE para tratar de imponer el catalán como lengua cooficial en la UE, financiación, ataques al Supremo porque se opone a la amnistía. Y, al final de la escapada, un desplazamiento del mismísimo Pedro Sánchez hasta algún lugar en extranjero para, ante fotógrafos pero no ante cronistas, estrechar la mano del fuguista. Sin preguntas, eso si, como ha ocurrido en este viaje de Zapatero. Como si no se estuviese negociando con nuestras cosas de comer.

Lo esencial, así, ya digo, no es mostrar que las relaciones del socialdemócrata Sánchez con el conservador Merz son buenas, sino lograr que las relaciones de Puigdemont con el Gobierno central son lo suficientemente aceptables como para que Junts siga sin romper la baraja y Sánchez pueda seguir en La Moncloa, que es, al final, lo que importa. Lo demás es juego de artificio, choques de palabras, el sempiterno trampantojo que desde hace tanto tiempo se nos muestra a los españoles a los que ya ni siquiera importa convencernos de que nos dicen la verdad, tarea que, a estas alturas, es ya imposible. Y aquí, ingenuos, estamos, pensando que emplear o no el término "genocida" (para, por otra parte, definir lo que en verdad es un genocidio) es lo esencial. A veces pienso que, si nos toman por tontos, es porque lo permitimos. Estamos padeciendo un genocidio mental, como suena.

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