Publicado 19/11/2025 08:01

Fernando Jáuregui.- Las malas formas en nuestra política

MADRID 19 Nov. (OTR/PRESS) -

La comparecencia este lunes del aún presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, en una comisión del Congreso de los Diputados sirvió no tanto para hundir (más aún) a Mazón cuanto al funcionamiento de nuestro Parlamento.

Mazón puede ser un incapaz, un mentiroso, un incompetente, pero jamás un homicida o un psicópata, adjetivos que le regaló, en una cacería parlamentaria desgraciadamente ya con demasiados precedentes, el portavoz de Esquerra, Gabriel Rufián. Aunque otros portavoces tampoco se quedaron cortos a la hora del ataque al bastante desvalido compareciente. Todo un síntoma, uno más, de que un Parlamento no puede comportarse de la forma en la que el nuestro viene haciéndolo desde bastante tiempo atrás.

La 'lumpenización', perdón por la expresión, de toda una clase política parece cada día más evidente. Me atrevería a decir que el grado de educación y de instrucción de algunas Señorías, de demasiadas señorías, deja en ocasiones mucho que desear. Y conste que no me refiero a Gabriel Rufián, a quien considero un parlamentario que, desde bastante abajo, ha ido creciendo en las últimas legislaturas: el mejor escribano, en fin, echa un borrón.

Me refiero a otros muchos ejemplos de actitudes con falta de ética y de estética en la política española, que se refleja perfectamente en los comportamientos parlamentarios. Y fuera de ellos, porque creo que hay personajes como el señor Gallardo, candidato socialista en las inminentes elecciones extremeñas, que representan exactamente todo lo que cualquier persona sensata repudiaría en un político, incluyendo la mendacidad. No podemos, simplemente no podemos, acostumbrarnos a la 'koldonización' o a la 'leirificación' de nuestra vida pública, y creo que el partido en el Gobierno es quien primero debería luchar para que esto acabe de una vez.

Pienso que es urgente -hace tanto tiempo que viene siéndolo que ya es casi inútil insistir en ello- una reforma del reglamento, tanto del Congreso como del Senado, y también serían convenientes unas cuantas modificaciones constitucionales en el Título dedicado a las Cortes generales. El Parlamento está para hablar y debatir libremente, pero, para ser respetable la Institución, los parlamentos y los debates han de ajustarse a unos ciertos parámetros ajenos al insulto, a la mentira, a la vociferación. También convendría, dicho sea de paso, que el Legislativo fuese capaz de legislar algo, cosa que hoy es francamente difícil dada la correlación de fuerzas que sustenta, en minoría clara, al Gobierno.

En el Legislativo está el arquitrabe de una democracia. Si este poder fundamental no se hace respetar, cae en manos del Ejecutivo o, mucho peor, claro, de grupos a los que podríamos denominar 'gamberros', oportunistas y mercachifles, acabará desplomándose tan bajo como está a punto de hacerlo, tras demasiados años de decadencia. Conste que no culpo (solo) a la señora Armengol, a sus predecesores, a los portavoces de los grupos y de las comisiones, de este deterioro: es la talla de toda una clase política y profesional -se ha manipulado excesivamente a los letrados de las Cortes-la que se ha deteriorado. Y la ciudadanía es muy poco exigente con el nivel de sus 'próceres'.

Deberíamos los ciudadanos pedir que el Congreso, que este martes recibía a Zelenski, que el viernes vivirá un importante acto conmemorativo (con ausencias) y dentro de pocas semanas celebrará un nuevo aniversario de la Constitución (con más ausencias aún), se repiense, reflexione sobre su papel y vuelva a poner los ojos en la grandeza de aquellas Cortes constituyentes que, en 1977, encarnaron el proceso de democratización en un clima de respeto, pacto, tolerancia y acuerdos. Exactamente lo contrario de lo que está ocurriendo ahora, permítame decirlo con alarma de periodista, de ciudadano y de demócrata.

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