Publicado 22/08/2013 12:00

No te va a gustar.- Simplemente, indignante

MADRID 22 Ago. (OTR/PRESS) -

Desde Rusia, sin amor pero con razón, Edward Snowden sigue ganando batallas, quiéralo o no. La detención, durante nueve horas en el aeropuerto de Londres, de David Miranda, compañero del periodista del 'Guardian' Glenn Greenwald, que fue el primero que publicó las revelaciones de Snowden sobre los masivos espionajes de la Agencia de Seguridad norteamericana, es un bochorno para cualquier democracia. Cameron, el ahora muy incómodo 'premier' del Reino Unido, y el propio Parlamento, han echado toda la culpa sobre la policía británica, esa policía que, recuerde usted, ha sido siempre presentada como modelo de equidad, de respeto a los derechos humanos: ahora, en Gran Bretaña, cuando llamen a la puerta de madrugada nunca estaremos seguros de si es el lechero o un grupo de agentes especiales que te van a acusar de terrorista por convivir con un informador que ha publicado noticias 'incómodas'.

Como si noticia no fuese todo aquello que 'alguien', especialmente los rectores de un Estado que, por muy demócrata que se proclame -y sea--, se salta las normas democráticas, no quiere que se publique. Como si el deber de los medios de comunicación, consagrado por largos años de práctica democrática, no fuese difundir todo aquello que los ejecutivos, los legislativos, los judiciales, hacen de manera irregular o cuestionable. La función misma de la prensa, esa vieja dama gris de cuya independencia tanto presumen los anglosajones, ha sido puesta en peligro. Primero, por los espionajes de Obama -que no me hablen de la libertad de la CIA, de la NSA o de quien ellos quieran: es el presidente quien ordena en última instancia_ sobre los redactores de una agencia de noticias. Ahora, por la detención ilícita en Heathrow -ya sé, ya sé que no es ilegal: pero ¿quién hace las leyes?_ del novio de un periodista que fue algo más lejos que los demás en sus revelaciones.

La larga sombra de Snowden, el ex contratado por la CIA que consideró su obligación -no me constan otros motivos_ revelar hasta dónde llegaban los manejos del 'gran hermano' global, planea sobre todo este desastre para la causa de la democracia. Que una persona patentemente ajena a cualquier actividad terrorista sea detenida, cacheada, interrogada y desposeída de algunos de sus bienes durante nueve horas de impotencia para la víctima es, simplemente, indignante: se trataba de atemorizar al periodista que vive con él, y al que era mucho más difícil someter a las mismas vejaciones que a su novio. Que se hayan tendido trampas increíbles -pero creídas_ contra el fundador de Wikileaks, Julian Assange, creando pruebas para presentarle como un violador, en un afán por llevarlo a territorio norteamericano para ser allí convenientemente 'juzgado', es kafkiano. Que se haya llegado a insinuar la pena de muerte para el soldado Manning, informador de Assange en las 'filtraciones' comprometedoras para el 'establishment' americano, es, sin más, un proceso medieval. Que desde las correspondientes oficinas de Washington se haya amenazado -nunca se demostrará, claro_ a otros Estados si se atrevían a dar refugio a estos perseguidos, es, sin más, una violación de las convenciones internacionales. Hay ocasiones en las que uno lamenta haberse proclamado admirador de Obama y de esa democracia que, sin duda, sigue vigente y triunfará en la nación de las libertades.

Todo eso ha ocurrido, está ocurriendo, ante nuestras propias narices. A esto hemos llegado. Aún hay quien, aquí, en España, donde tantas cosas cuestionables suceden todos los días, se atreve, como el ministro de Justicia nada menos, a insinuar que se deberían instalar 'troyanos' en los ordenadores de algunos 'sospechosos'. ¿De qué eran sospechosos Miranda, Assange, Snowden, Manning? ¿Tal vez de haber puesto en riesgo la seguridad del Estado, o más bien de haber revelado cómo el Estado pone, a veces, en riesgo la libertad de los ciudadanos invocando falsas razones de seguridad?

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