Luis del Val.- Justificaciones

MADRID 26 Dic. (OTR/PRESS) -

Hay pistoleros que se justifican con una revolución, con una bandera o, si son pistoleros a sueldo, con su profesionalidad. Al fin y al cabo, ellos son unos profesionales, no tienen nada personal contra los "ejecutados", y, si ese trabajo no lo llevaran a cabo ellos, se encargarían otras personas, seguramente menos capaces y más inexpertas. Hay psicópatas sin conciencia, claro, pero la mayoría de los asesinos necesitan blindar sus acciones con una capa de cemento armado, tan dura como su función. Incluso ha aparecido una carta mecanografiada atribuida a Pinochet, donde también justifica su golpe de Estado por el deseo de construir un Chile más grande. No hay ninguna referencia a que para engrandecer a la patria había que engrandecer la fortuna personal de Pinochet, pero es que cuando uno escribe una carta póstuma suele hacerlo en condiciones de no muy buena memoria.

En una deliciosa novela de Arnon Grunber, 'El mesías judío', el protagonista descubre que su abuelo fue un oficial de las SS, que demostró un eficaz entusiasmo en apartar a judíos de este valle de lágrimas. Para justificarlo su padre le explica que su abuelo era un hiperactivo y, claro, en un tiempo en que no había gimnasios, en algo se tenía que entretener. Su madre, como argumento decisivo, le explica a su hijo que el abuelo, por ejemplo, jamás mató a ningún judío en domingo, prueba de sus honorables principios. En la guerra civil, que de manera tan masoquista nos empeñamos en rememorar, había asesinos que mataban comunistas por engrandecer a la patria, y, otros, que mataban a un chico de 17 años por estudiar en un seminario o a un adulto de más edad por ir a misa, en nombre de la revolución. Los asesinos son tan previsibles en sus justificaciones como fáciles de que fructifiquen en cualquier lugar de la tierra. Basta que se den esas circunstancias sociopolíticas en las que puedan adecuar una motivación que transforme el crimen en un digno deber.

LUIS DEL VAL