MADRID 21 Oct. (OTR/PRESS) -
Había pensado en un primer momento titular esta columna de otra forma: "El club de la comedia"; un exceso que no me quiero permitir porque siempre habrá malpensados que interpreten que me toco a chacota lo que ocurre el Congreso y no sé si también en el Senado, esa magnifica biblioteca que, además, sirve como punto de reunión a unas señoras y unos señores se juntan allí de vez en cuando no se sabe muy bien para qué a cambio de unos sueldos a todas luces injustificables. Pero esa es otra; un día de estos se reformará el tema del Senado; al fin y al cabo solo lleva treinta años siendo inoperante.
Lo de comparar el Congreso al "El club de la comedia" no es porque sus señorías sean graciosos -que la verdad es que no lo son- ni porque sepan improvisar largos parlamentos -que se aferran a los papeles como los náufragos del Titánica a los salvavidas- sino más bien porque los plenos de la Cámara, las sesiones de control y en buena medida incluso los dos grandes debates (estado de la nación y presupuestos) se han convertido en monólogos de los intervinientes que no tienen réplica desde la otra parte sino otro monólogo que a su vez da paso a otro monólogo y así sucesivamente. Ya puedes preguntar la cosa más elemental del mundo que la respuesta no va a ser la explicación que pides sino algo que nada tiene que ver o que roza muy de lejos lo preguntado.
Con las ruedas de prensa, que ya no se llaman así sino "comparecencias" (porque prensa hay pero falta la rueda), ocurre tres cuartos de lo mismo: le han tomado gusto los políticos a esto de decir lo que quieren, soltar su discurso y luego levantarse sin más, no vaya a ser que un periodista impertinente les amargue la mañana.
Esta imposición del monólogo con apariencia de diálogo, me parece revelador de un tiempo oscuro y peligrosamente "light" que comenzó con el pensamiento único y que culmina ahora con el monólogo elevado a la categoría de debate. Siempre que la democracia se tambalea un poco o se pervierte, surge la autocomplacencia, la endogamia, la obsesión por no dar más explicaciones que las que uno quiere y marchar como los viejos bueyes quien sabe a donde sin ver otra cosa que el propio camino.
Pero me he referido antes al pensamiento único y débil y eso resulta tamben preocupante. Porque estas islas llamadas monólogos en las que nos hemos instalado, carecen además de una base sólida, son simplemente inseguras realidades flotantes con paisajes de cartón piedra que se desplazan según las corrientes y que pueden desaparecer si los vientos soplan demasiado fuertes. Aquí nadie se preocupa por lo que hay debajo, por los cimientos, por el rumbo que marcan las mareas. Aquí sólo se trata de sobrevivir en la isla un poco más y ya veremos qué pasa cuando llegue la tormenta. Aquí, en definitiva, el dialogo ha perdido su razón de ser mientras uno esté a salvo.
Andrés Aberasturi.