MADRID 7 Nov. (OTR/PRESS) -
Sadam Hussein ha sido condenado a morir ahorcado, al haber sido hallado culpable de un delito contra la Humanidad por haber dado la orden de ejecución de cientos de disidentes de su régimen tiránico. La Unión Europea, en la que la pena capital está abolida, se ha apresurado a pedir que esa sentencia no se ejecute, a pesar de que, desde el punto de vista formal, el juicio se desarrolló conforme a la ley iraquí, el delito estaba previsto en la ley iraquí y la pena figura en el catálogo de la ley iraquí.
Pero, ¿no habíamos quedado en que, de acuerdo con el dogma políticamente correcto del multiculturalismo, todas las civilizaciones y las culturas son equiparables y no hay unas mejores que otras? ¿No habíamos quedado en que no se debe imponer una visión "eurocentrista" de la vida? ¿Por qué la Unión Europea ha de meterse donde no la llaman?
He aquí un caso práctico que pone de manifiesto la superchería de la corrección política, el multiculturalismo y demás milongas de unos progres que se quedaron sin suelo debajo de los pies y sin referentes intelectuales tras el naufragio del comunismo y el desplome del Muro de Berlín, y dedicaron sus mejores esfuerzos antioccidentales a extender las monsergas políticamente correctas. A la hora de la verdad, resulta que abolir la pena de muerte aparece como un objetivo de valor universal. Lo malo es que, en cuanto nos preguntamos por qué acabar con la pena capital es deseable, nos topamos con uno de los fundamentos de la civilización occidental, que es la impronta cristiana: la razón profunda de abolir la pena de muerte es que nadie es dueño de la vida de nadie, aunque sea el peor criminal, porque la vida, incluida la propia, no es materia negociable. Y no lo es porque es un don de Dios, y no una propiedad de cada cual. Si no fuera por eso, ¿por qué habría que abolir la pena de muerte para los responsables de grandes delitos?
Pero, amigos, reconocer eso significaría desmantelar el tenderete de la corrección política, y eso sí que no. El negocio ya es demasiado grande para andarnos con escrúpulos morales.
Ramón Pi.
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