Publicado 28/04/2017 08:00

El Abanico.- Un país para pocas bromas

MADRID, 28 Abr. (OTR/PRESS) -

Esta mañana, cuando iba a comprar los periódicos, un señor de unos 80 años me abordó en plena calle y me dijo: hay gente que se alegra con lo que está pasando, yo no, yo siento una inmensa tristeza al ver en lo que se ha convertido este país.

Yo asentí, qué otra cosa podía hacer sino darle la razón, porque independientemente de las ideologías de cada uno, ese desfile diario de políticos del PP entrando en la cárcel, detenidos o imputados por corrupción, me lleva a la siguiente reflexión: ¿Cuanta culpa tenemos los ciudadanos de a pie por haber consentido que la situación llegara a los extremos que ha llegado, por permitir o por no vigilar más y mejor el comportamiento de quienes nos representan?.

Sinceramente creo que bastante, no solo porque interiormente muchos piensen que ellos hubieran hecho lo mismo de encontrarse en la situación del ex presidente de la Comunidad de Madrid, incluso cuando ya se rumoreaba en determinados círculos de poder que no era trigo limpio, porque estaba claro que tanto él como su cuadrilla de amigos vivían por encima de sus posibilidades, sino porque eran muchos los que le quitaban importancia a la detención de Fabra, o de Bárcenas, alegando que los socialistas en Andalucía tenían sus eres y los de la antigua Convergencia su 3%. Lo que demuestra lo laxos que somos cuando quienes nos roban son de nuestra misma manada y lo implacables que somos cuando son de la manada de enfrente. Y el que esté libre de culpa por pensar así que tire la primera piedra.

No sé en qué momento de estos últimos cuarenta años se quedaron por el camino los valores que hicieron posible que todos, los de un lado y los del otro, lucháramos con fuerza por sacar adelante un proyecto común: traer la democracia después de cuarenta años de dictadura. Una época en la que la posibilidad de pedir cuentas al Gobierno, al Ejército, a los representantes de las instituciones, eran nulas. De ahí que cuando tuvimos la oportunidad de decidir quiénes queríamos ser, quiénes queríamos que nos gobernaran, elegimos a los que pensamos que eran mejores, que lo eran porque si algún mérito tuvo la UCD de Adolfo Suárez fue que a su proyecto de centro se sumaron gentes muy diversa, de prestigio, suficientemente preparados como para sacar adelante al país, pese a los inconvenientes, las zancadillas, los ruidos de sables, la crisis del petróleo, el paro, y tantas y tantas cosas más que serían difíciles de enumerar en este articulo, pero que pese a todo dieron sus frutos.

Había ilusión pero también un ganas enormes de hacer las cosas bien, los de arriba y los de abajo, de ir con la cara levantada, sin avergonzarnos.

Viendo lo que sucede hoy en el PSOE, dividido, enfrentados unos a otros sin pensar en las consecuencias que pueden tener para ellos y su partido esta lucha fraticida en la que han entrado y que no augura nada bueno ni para ellos como formación política ni para quienes no reconocen a aquel PSOE que tantas expectativas e ilusiones desencadenó después de que Felipe González ganara por goleada en el 82.

A veces me pregunto qué sentirán, qué pensarán los Rato, los Blesa, los González, y por supuesto Aznar y Mariano Rajoy ante semejante espectáculo. Cuesta imaginarles viendo la televisión mientras desfilan por la pequeña pantalla aquellos a los que ellos nombraron, elogiaron hasta el hartazgo. Quiero pensar que se revolverán en sus mullidos sillones. No es suficiente. Tienen que salir y pedir perdón por el daño que han infligido a la democracia, al sistema, al prestigio del país. Pero sobre todo deben de dar paso a esos jóvenes, Pablo Casado, Andrea Levy, Javier Maroto y lfonso Alonso, para que se encarguen de hacer una limpieza general en las estructuras del PP. Gente que no está contaminada, que pese a todo no ha perdido la ilusión de tener un centro derecha moderno, decente, y con expectativas de futuro. Capaces de hacer pactos de gobierno con Ciudadanos o con el Partido Socialista que salga de las primarias, en temas como decisivos como es la Sanidad, la Educación, y la regeneración democrática. Lo exigen los ciudadanos pero también las circunstancias que estamos viviendo, antes de que la gente que todavía tiene ganas de luchar por un mundo mejor, decida quedarse en su casa, pasar de los partidos políticos, y organizarse su vida como buenamente puedan, a la que espera de que se produzca un milagro y aparezca el Trump de turno, lo peor que nos podía pasar y que hay que evitar proporcionando medios a la justicia para que pueda desarrollar su trabajo sin interferencias políticas.

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