Actualizado 20/09/2007 12:16

Vecinos de Becerreá (Lugo) aún esperan las ayudas para reparar sus casas diez años después de un seísmo

BECERREÁ (LUGO), 20 Sep. (EUROPA PRESS) -

El pequeño pueblo lucense de Guilfrei, que pertenece al Ayuntamiento de Becerreá aún muestra en alguna de sus casas las consecuencias de un seísmo ocurrido hace diez años, a pesar de que la mayoría de los vecinos ya ha tapado grietas y reparado azulejos, cansados de esperar a unas ayudas que les prometieron y nunca llegaron.

Todavía hoy, los vecinos recuerdan aterrados la noche de mayo de 1997 en la que el suelo comenzó a temblar. Asunción, una vecina, afirmó a Europa Press TV que "el suelo se movía y te tumbaba" y el seísmo "empezó a agrietar las casas", por lo que la gente lo vivió "con miedo, con mucho miedo".

La casa de Manuela, una mujer de 78 años, no sufrió desperfectos "porque era nueva", sin embargo, a los silos que sirven de alimento para sus animales, "se les agrietaron las lonas". Además, Manuela recordó que hubo otros vecinos que "sí tuvieron problemas"

Por su parte, otra vecina, Asunción señaló que, en un primer momento, "dijeron que nos iban a dar ayudas" para reparar las casas dañadas pero no les han dado "ninguna". De hecho, la pared de piedra exterior de la casa de esta vecina sigue mostrando una gran grieta que la recorre.

En este mismo sentido, María José se quejó de que les dijeron que "iban a dar ayudas, pero al final no dieron nada" y criticó esta actitud, ya que, "si hubo un desperfecto por la naturaleza, tendrían que haber dado ayudas", sobre todo teniendo en cuenta que la población de esta aldea son en su mayoría ancianos que viven de la agricultura y tienen pocos recursos.

LA CASA MÁS DAÑADA

La situación más dramática de este suceso es la de Ramón Valcárcel, un vecino de 78 años que vio muy afectada su casa a causa del seísmo. Durante el temblor de tierra, una de las esquinas de la edificación se vino abajo y, diez años después, así continúa, sin que su propietario haya podido hacer nada por arreglarla.

La casa, hoy muy desvencijada, es la única propiedad del anciano, que anda dificultosamente y que ha vivido en su interior semiderruida todo este tiempo. Ramón no tiene recursos ni fuerzas para reparar su casa y con la voz entrecortada solo acierta a decir que tampoco tiene "miedo". "Si me muero, pues me muero", concluye.