Vladimir el Grande

Vladimir Putin
Foto: RIA NOVOSTI / REUTERS
  
Actualizado: sábado, 28 febrero 2015 8:50

El presidente ruso responde a la debilidad interna con acciones que proyectan imagen de fuerza dentro y fuera de Rusia

   MADRID, 28 Feb. (Por José María Peredo Pombo, Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea) -

   Expansionar su influencia dentro y fuera de las fronteras del vasto territorio del país que preside con puño de hierro y guante diplomático de seda. La nación rusa y sus objetivos unidos en la misma persona: Vladimir Putin.

   No resultaría tan fácil resumir la idiosincrasia del Estado más grande del mundo, y con el segundo ejército más poderoso del planeta, si la historia contemporánea no nos hubiera ayudado a reconstruir una y otra vez la inestable tendencia de los dirigentes rusos a tratar a Europa Occidental como un aliado o como un rival.

   En función de si los éxitos y la voz de Rusia son respetados, y por tanto sus áreas de influencia son aceptadas por los occidentales (Congreso de Viena o Yalta). O si por el contrario las ideas políticas y doctrinas de los occidentales representan una amenaza del 'status quo' ruso que ha permitido a una potencia deficitaria en cifras de desarrollo social y niveles de progreso democrático ejercer un liderazgo basado en parte en la disuasión o el uso de la fuerza (Guerra Fría, Ucrania).

   Y de manera similar, la historia nos ayuda a comprender el temor que pueden sentir los dirigentes rusos ante una creciente situación de debilidad exterior y crisis económica y social internas, si observamos los desmoronamientos del régimen zarista y del comunismo ante la presión de la Revolución Bolchevique y de la Perestroika y que coincidieron con los conflictos de la Primera Guerra Mundial (1917) y del final de la Guerra Fría (1989).

Putin

DEBILIDAD INTERNA

   Al menos en dos ocasiones recientes Vladimir Putin ha contrarrestado la debilidad interna de sus gobiernos con una acción de poder duro que proyectara una imagen de fortaleza dentro y fuera de Rusia: la cruenta campaña de Chechenia coincidiendo con su llegada al poder tras suceder al debilitado Boris Yeltsin y la anexión de Crimea en plena recesión de los precios de la energía y ante los ojos entornados de la comunidad internacional.

   Los éxitos de tales intervenciones han ocasionado reacciones favorables en la opinión pública, orquestada por el guante de hierro y seda de la propaganda gubernamental rusa. Y lo que aún es más grave, han generado diversas interpretaciones benevolentes entre algunos analistas internacionales partidarios del poder duro y, tristemente, también en algunos mercados.

   Pero la sociedad global en su conjunto no puede tolerar una estrategia que abusa del uso desequilibrado de la fuerza y que en el caso de Ucrania no responde a ninguna justificación admisible en ningún acuerdo o doctrina de seguridad. Y que además genera riesgos para la estabilidad, víctimas entre la población y amenaza las instituciones soberanas de un estado, europeo en este caso.

Putin y Al Sisi

   La diplomacia europea y occidental debe de explicar y hacer comprender al Gobierno ruso que su presencia en Ucrania no responde a ningún argumento de legítima defensa, ni está amparada por el derecho de intervención humanitaria no aplicable en un Estado democrático, ni previene la escalada de un conflicto regional, sino que más bien lo promueve.

   La crisis de Ucrania representa una oportunidad para convencer a la diplomacia rusa de que la seguridad compartida y respetuosa con los cauces de la resolución pacífica de las controversias es el camino aceptado para avanzar por la senda del siglo que nos ocupa.

   Y también representa una oportunidad para que el liderazgo de Vladimir Putin afronte los años finales de su mandato con el objetivo de dejar a sus sucesores un legado de compromiso negociador y respeto internacional capaz de fortalecer la memoria y el futuro de Rusia.

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