MADRID 17 May. (OTR/PRESS) -
La política de la tijera es insolidaria e injusta porque afecta a las capas más débiles de la sociedad, las más sometidas, las que están al final de la escala en las relaciones de poder. Si se trata de España, además, no garantiza el ansiado equilibro fiscal, al menos en los plazos fijados. Eso ya lo dicen los jerarcas de Bruselas y todos los analistas económico-financieros de nuestro entorno. También lo dice Rajoy pero solo en la intimidad. Y en la intimidad se encomienda a François Hollande y su eventual acuerdo con Angela Merkel por la revisión de los programas de rigor fiscal antes de que deriven en rigor mortis.
Por lo tanto, el Gobierno español confía en que el flamante presidente de la República Francesa logre persuadir a la canciller de que Europa no saldrá del agujero mientras Alemania no acepte la inclusión de medidas reactivadoras en una hoja de ruta secuestrada por las políticas de austeridad. Esa rectificación debe empezar por la propia Alemania, una economía saneadísima y muy competitiva. Entre otras cosas por la moderación salarial implantada a lo largo de estos últimos años. Una política salarial más generosa, por ejemplo, fomentaría el consumo. Al tratarse de un país de más de ochenta millones de habitantes, eso tendría unos beneficiosos efectos multiplicadores en los índices de crecimiento. En la propia Alemania y en el resto de Europa. Sobre todo en los países en recesión.
Es un ejemplo de las muchas cosas que puede hacer Alemania, como motor de la zona euro, para estimular el crecimiento sin renunciar a los imperativos de equilibrio presupuestario. Claro que éste es condición necesaria para el crecimiento. Nadie lo discute. Pero no es suficiente. En ninguna parte está escrito que la austeridad y los recortes sirvan para reactivar la economía. Más bien al contrario, como estamos viendo. Además hacen falta medidas de estímulo.
Los expertos dicen que hay una amplia gama de decisiones que pueden tomarse en clave reactivadora. Desde las que no suponen gasto, como el simple aumento de la productividad, hasta las que sí lo suponen, siempre que el gasto sea productivo (inversión pública, por ejemplo). En Bruselas se debería impulsar el papel del Banco Europeo de Inversiones y el protagonismo del Banco Central Europeo respecto a los flujos crediticios destinados a las empresas, reutilizar los Fondos Estructurales, etc.
Esa es sólo una de las dos grandes coordenadas de la apuesta de Hollande frente a una agenda sobrecargada de austeridad. La otra es fundamental para España. Consiste en flexibilizar el calendario de lucha contra el déficit público. No las metas sino los plazos. Nunca ha dicho Merkel que esas dos líneas de actuación, que van a ser irremediablemente consensuadas con su colega francés, sean incompatibles con el mantenimiento de la ortodoxia presupuestaria. Y a España le vendrá de perlas que el tándem franco-germano las acabe incorporando a la nueva vía.