MADRID 22 Jul. (OTR/PRESS) -
Yo creía que el problema era el paro pero resulta que es la Constitución. Uno en su inocencia suponía que lo que había que resolver era una situación catastrófica que nos había llevado a la ruina económica, al borde de la quiebra como nación y a poder llegar a quedarnos sin pensiones, sin sanidad, sin educación, sin prestaciones de desempleo, en el desamparo, vamos. Porque eso es lo que pasa cuando un país quiebra y es embargado por sus acreedores. Pero veo que no, que eso carece de importancia. Es más, el haber comenzado a salir, aunque andemos todavía a rastras, de tales trochas y de ese penoso horizonte de mayores calamidades resulta que es una cosa muy mala: un austericido. Como si el haber tenido que apretarse cinturones fuera un puro capricho y producto del sadismo social de quienes nos gobiernan. Que torpes y errados muchas veces, pero que esto lo cogieron en "liquidación por derribo" es una verdad incontestable.
Pues que lo sepan. Ni el paro, ni la crisis, ni nada de eso tiene ya importancia. Lo que hay que hacer es reformar la Constitución, que no sé si es eso o lo que quieren es abolirla porque no les gusta a los separatistas y a sus aliados de la ultraizquierda caudillista. Pero vamos, hay que meterse con la Constitución, que es un clamor a voces por calles, tajos, playas y bares. No está la gente en otra cosa que en reformar la Constitución. No hay nada que levante más pasiones que la instauración del Estado Federal, aunque no sepamos bien de que se trata. Basta con darse una vuelta y poner el pie en la acera para escuchar el unánime clamor en pro de ambas cosas.
Dicen algunos, lo dice hasta Pedro Sánchez Castejón, que hay que hacerlo porque él no la ha votado. Pues vaya. La cambiamos y al día siguiente otra vez, porque de un día a otro ya habrá uno, que justo al siguiente cumplió los años de votar y que no lo ha hecho y por tanto a él no le vale. Así que a Constitución diaria. Una "razón", esta, que nos da el mejor indicativo de la altura política de nuestros líderes. Por esa razón la Constitución de EE.UU., que desde luego ningún norteamericano vivo ha votado debería ser arrojada al Missisipi y como ella casi todas las del mundo. Y no me salgan con que la han enmendado 27 veces, que es verdad, pero en 200 años y la última en que se hizo una reforma de calado, la enmienda 26 (la 27 fue una ratificación del texto original), precisamente la del voto a los 18 años, fue en 1.971. La nuestra es, quizás no lo sepan, del año 1.978. La diferencia es que mientras que los norteamericanos, aunque no la hayan votado, la respetan, aquí la mayoría de quienes quieren quemarla ni siquiera la han leído. Su juicio, sin matices, sobre aquel inmenso avance en libertades, derechos y democracia, es que es "facha". Y listo.
Y sin embargo, y dejando al margen tales dislates, es cierto y cada vez más pertinente la necesidad de empezar a trabajar para una adecuación de nuestra Ley de Leyes. O sea, reformarla. Pero no así en abstracto, ni poniendo el carro delante de los bueyes como pretende hacerse. Primero, digo yo y dice el mínimo sentido común, habrá que acotar qué queremos reformar, para qué queremos cambiarlo y qué es lo que vamos a poner en vez de lo que antes ponía. O sea, ¿cuales son las enmiendas y cuales sus objetivos? Eso es lo primero que necesita respuesta. Y luego habrá que ponerse de acuerdo. Porque no se hace una cosa así por la bravas ni a la fuerza. Porque si en algo es imprescindible ponerse mínimamente de acuerdo es en aquello que va a ordenar la vida de todos. No puede por tanto imponerse la voluntad de unos sobre otros, ni siquiera por escuálidas mayorías pero aun menos con imposición de las minorías.
Ponerse a esa tarea, crear incluso a través suyo un poderoso impulso de regeneración y esperanza, podría ser algo positivo y vital para la sociedad española. Como lo fue en el 78. Pero no es ese clima de futuro y generosidad el que se percibe. Ni estos dirigentes parecen capacitados para crearlo. Los unos porque lo plantean como revancha y con ribetes que de democracia pueden tener lo que tenia la República Democrática Alemana de democrática y los otros como una especie de fuga hacia no se sabe donde de su propia debacle. Pero desde el Gobierno no es mejor el panorama porque la impresión es de enroque y de incapacidad política para liderar ellos esa tarea. Rajoy tiene virtudes y aguante, pero para impulsar y dirigir un esfuerzo colectivo de tal calibre ni está ni quiere estarlo. Así que opta por mineralizarse.