Publicado 29/04/2014 12:00

Cayetano González.- La huella de Juan pablo II

MADRID 29 Abr. (OTR/PRESS) -

Con la ceremonia de canonización de Juan Pablo II y de Juan XXIII celebrada este domingo en la Plaza de San Pedro -que contó además con la circunstancia novedosa de la presencia de otros dos Papas, Benedicto XVI y Francisco- la Iglesia lo que hace es reconocer y proclamar que ambos llevaron una vida ejemplar, una vida santa y que por tanto son un modelo a seguir por los fieles de todo el mundo.

Por razones de edad -era un niño cuando falleció Juan XXIII y un jovencito que hacía las prácticas de la milicia universitaria- cuando fue elegido para la silla de Pedro el cardenal Wojtyla, el Papa con el que mas he "vivido" ha sido Juan Pablo II. Como le habrá pasado a muchas personas, creyentes o no, practicantes o no, este Papa me dejó una profunda huella, por su simpatía, por su buen humor, por su capacidad de comunicación con la gente, especialmente con los jóvenes, y por hacer grato y atractivo el llevar una vida acorde con las enseñanzas de Jesucristo.

Por mi condición de periodista tuve la oportunidad de asistir a varios de los actos que Juan Pablo II celebró en su largo viaje a España en noviembre de 1982. Recuerdo con especial intensidad dos: el primero, el encuentro con los jóvenes en el Santiago Bernabeu. El Papa quedó muy impresionado por el cariño que le demostraron los 80.000 jóvenes que abarrotaban las gradas del coliseo blanco. Juan Pablo II supo corresponder a ese afecto y meterse enseguida en el bolsillo al joven auditorio, algo que fue una constante en su Pontificado. El segundo fue la Misa que el Papa celebró en una fría mañana de noviembre en la explanada que se extiende en la parte trasera del Santuario de Loyola. Juan Pablo II no desaprovechó la ocasión de estar en el corazón de Guipúzcoa -el territorio mas castigado por ETA- para hacer en la homilía de la Misa una contundente condena del terrorismo: "la violencia -dijo- no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica".

Como recuerdo de los últimos días que pasó en la tierra no puedo olvidarme de esa imagen de un Papa agotado físicamente, exprimido hasta el máximo, siguiendo como podía desde su oratorio privado en el apartamento del Vaticano el Vía Crucis del Viernes Santo del 2005 que se celebraba en el Coliseo de Roma. Esa imagen de un Papa que no podía mas, pero que ahí estaba hasta el último momento agarrado a la cruz, fue un testimonio que llevó a mucha gente a reflexionar sobre el sentido último de la vida. Por todo ello, cuando el pasado domingo el Papa Francisco proclamó la santidad tanto de Juan XXIII como de Juan Pablo II, no pude por menos de dar gracias a Dios por ese hecho y específicamente por haber podido convivir con ese Papa que vino del Este de Europa y que fue sin duda un auténtico gigante de nuestro tiempo.

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