MADRID 14 Feb. (OTR/PRESS) -
Que lo suyo no iba a ser un camino de rosas sino más bien de espinas, fundamentalmente como consecuencia de la grave crisis económica que vive España, lo sabía Rajoy mucho antes de que el pasado 20-N más de once millones de españoles le auparan a la Presidencia del Gobierno. En estos cincuenta y tres días que lleva instalado en el Palacio de la Moncloa, Rajoy ha tenido que tomar ya decisiones de grueso calibre, como la subida del IRPF o, el pasado viernes, la reforma laboral más profunda que se ha hecho en los últimos años.
"Vivo en el lío", le confesó hace unos días Rajoy al presidente de la Generalitat, Artur Mas, en las escalinatas del palacio presidencial. Días antes, en una conversación de corrillo en Bruselas con los presidentes de Holanda y Finlandia captada por los micrófonos de una televisión, Rajoy les decía que la reforma laboral que pensaba llevar a cabo le iba a costar una huelga general. Esto último está por ver. A nadie le gusta hacer en exceso el ridículo y por eso, los líderes sindicales de UGT y CC.OO., Méndez y Toxo, se lo pensarán las veces que haga falta antes de volver a convocar una huelga que acabe en un fiasco, como sucedió con la que le hicieron Zapatero en la pasada legislatura.
Es evidente que el Gobierno de Rajoy se la juega con las medidas que está tomando y con las que todavía le queda por adoptar. Solo si en un plazo razonable de tiempo se empiezan a ver resultados positivos, los ciudadanos darían por bien empleados los sacrificios, estrecheces y ajustes que este Ejecutivo está planteando para intentar remontar la situación. De momento, el propio presidente del Gobierno ya ha anunciado que el presente año va a ser malo y que el paro seguirá creciendo. Algunos estudios cifran en seis millones el número de parados, casi el 25 por ciento de la población activa, que puede haber en nuestro país a finales del 2012.
Pero aun siendo la realidad tan cruda, también parece evidente que el nuevo Gobierno no tenía más remedio que adoptar algunas de las medidas que ya ha puesto en marcha, con la esperanza de que sirvan para reactivar la economía y por ende, crear empleo, que es el objetivo prioritario. Por eso, los agentes sociales -y especialmente los sindicatos- tienen que ser muy cuidadosos con el nivel de rechazo que muestre o alienten en la calle las decisiones del Ejecutivo. Y lo mismo se puede decir del principal partido de la oposición, el PSOE, que necesita combinar varias cosas a la vez: rehacerse del descalabro electoral, ejercer su papel de oposición y mostrar también su afán de arrimar el hombro en unos momentos en los que los ciudadanos no entenderían otra cosa que el que todos remaran en la misma dirección para intentar salir de la grave crisis que estamos viviendo.