MADRID 16 Jul. (OTR/PRESS) -
Ni José Luis Rodríguez Zapatero ni Mariano Rajoy Brey deberían estar satisfechos del resultado de su "cara a cara" parlamentario con motivo del debate del estado de la Nación. El presidente no ganó el duelo -algo que hubiese sido insólito dado el estado de suma debilidad política en el que llegó al mismo-, pero tampoco se puede decir que el líder de la oposición lo ganara, ya que fiel a su estilo y estrategia política no entró al fondo de los temas y no explicó ni poco ni mucho las propuestas alternativas de su partido.
Pero por encima de Zapatero y de Rajoy, si hubo un perdedor en el debate, este no fue otro que España y los españoles. Tiene que resultar desolador para los millones de ciudadanos que están en el paro; para los miles de pequeños y medianos empresarios que han tenido que echar la persiana a sus negocios; para los pensionistas, los funcionarios, comprobar una vez mas la imposibilidad metafísica de que los dos principales partidos de ámbito nacional, que aglutinan entre ambos a mas del 80 por ciento de la representación popular, sean incapaces de ponerse mínimamente de acuerdo para hacer frente a la gravísima crisis económica.
Como también tiene que resultar desolador para muchos españoles ver como todo un presidente del Gobierno se muestre mucho más preocupado por buscar vías de satisfacción para los nacionalistas catalanes, prometiéndoles que arreglará por la puerta de atrás lo que el Tribunal Constitucional ha declarado inconstitucional del Estatuto, que en garantizar la igualdad de derechos de todos los españoles, independientemente del lugar de la geografía española en el que residan. Desolador también es que quien aspira a ser alternativa de gobierno pasara de puntillas sobre la grave crisis institucional que vive nuestro país, con un claro desafío de los nacionalistas al Estado de Derecho. Ha tenido que ser de nuevo la líder de UPyD, Rosa Díez, la que asumiera la defensa de la nación española y del espíritu de la transición que debería haber hecho, sin complejos, Rajoy.
Al menos, el líder del PP se atrevió a pedir a Zapatero que adelantara las elecciones generales, aunque el presidente -que demostró en el debate que es un killer de la cosa y que no está ni mucho menos muerto, políticamente hablando- le contestó, animándole a Rajoy a que presentara una moción de censura. Pero no habrá ni lo uno ni lo otro. Zapatero intentará apurar al máximo la legislatura, confiando en que el tiempo corra a su favor y que pueda remontar en las encuestas. Y Rajoy, fiel a la doctrina Arriola, seguirá esperando a que el presidente se cueza en su propia salsa y de esa manera tan poco ilusionante llegar a la Moncloa. Pero mientras tanto, quienes sufrirán las consecuencias del agotamiento del proyecto de Zapatero y de la falta de liderazgo político de Rajoy serán los españoles que con toda seguridad, visto lo visto el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados, habrán añorado los goles de Villa, Pujol e Iniesta o los paradones, con beso incluido a Sara Carbonero, de Iker Casillas.