Actualizado 13/06/2010 14:00

Charo Zarzalejos.- La reforma.

MADRID, 13 Jun. (OTR/PRESS) -

41 folios han sellado el estirado y, al parecer, imposible diálogo social y además dan forma al objetivo tantas veces negado por el Gobierno. En esos folios se contiene la hasta hace apenas unos meses denostada reforma laboral, reforma que con crisis o sin crisis era necesaria. Y lo era porque el mundo ha cambiado, el concepto de trabajo ha evolucionado, la competitividad exigida para no convertirnos en un parque temático exigía, con crisis o sin ella, una normativa adecuada a estos nuevos tiempos que son bien distintos a los de hace diez años.

Como el nivel de debate establecido en España se basa en los mantras que unos y otros acuñan de manera un tanto bobalicona, hemos estado enredados en si hay o no abaratamiento del despido, hasta el punto de que hasta hace no mucho tiempo quienes abogamos por una reforma, éramos sospechosos de querer cercenar los derechos de los trabajadores, como si los que honradamente creíamos que la reforma era necesaria fuéramos entes privilegiados a quienes el dinero para vivir nos cayera de los árboles.

La realidad acaba imponiéndose y ahí está, implacable y con plazo fijo. Como no sabemos qué mundo tendremos dentro de veinte años, resulta aventurado afirmar que esta reforma no es para dos ni para cuatro años, sino para muchos más, como ha afirmado el Presidente. Como diría el ministro Gabilondo, hay ocasiones en las que lo más inteligente es tener "austeridad de objetivos". Vamos a ser austeros también en esto y dar por buena la posibilidad de que la reforma laboral sirva, cuando menos, para hacer frente al temporal sorteando males mayores. Dentro de veinte años, China, India, Estados Unidos y demás actores dirán que será de nuestras vidas.

Ahora el Gobierno busca acuerdos. Hay que pensar que para el miércoles, que es cuando el Consejo de Ministros aprueba el correspondiente decreto, el Ejecutivo tenga ya algunas certezas al respecto. Debería dejarse la piel en el empeño, sobre todo en buscar un acercamiento con el Partido Popular y éste, si es necesario, rebajar pretensiones -si es que las tiene- para que el acuerdo sea posible. No se puede repetir lo ocurrido con el decreto antidéficit, que se llevó a Bruselas diciendo a los demás grupos: esto es lo que hay y se salva en el Congreso gracias a la calculada y cruel abstención de CiU.

No está el país para esos juegos, de manera que si el Gobierno ha sido infinitamente paciente con una patronal cuya representatividad es tan escueta como la de los propios sindicatos, esta paciencia debe ser exigida a la hora de negociar con los grupos parlamentarios y de manera especial con el que representa a más de diez millones de ciudadanos. Pensando en esos millones de ciudadanos, el PP debe hacer también todo el esfuerzo posible por ese acuerdo.

La democracia es un sistema de derechos, libertades, obligaciones y certezas. Y si de algo estamos carentes es precisamente de unas mínimas certezas y lo están sobre todo esos más de cuatro millones de parados, lo están esos miles de jóvenes abocados a seguir estudiando -los que pueden- o a buscarse la vida fuera de nuestras fronteras, los empresarios y los autónomos. La certidumbre necesaria sólo la da un acuerdo entre quien gobierna y quien puede gobernar, de manera que la reforma, para que de verdad lo sea, necesita, si o si, el acuerdo entre PSOE y PP. En las próximas horas Zapatero y Rajoy no tienen nada más importante que hacer.

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