MADRID 2 Jul. (OTR/PRESS) -
Ya sé que a usted, si tiene, en estos momentos, la suerte de vivir fuera de Madrid, le importa un rayo la huelga del Metro. Y si hoy traigo hasta aquí este tema es porque la cosa ha trascendido mucho más allá de la Villa y Corte, de esta covacha de cenáculos, mentideros y obras faraónicas, pero efímeras, de Gallardón en la que habito. Y ha trascendido, a mi juicio, los límites capitalinos por dos motivos: por una señora apellidada Aguirre. Y por un señor de apellido, creo, Rodríguez. La primera es la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ve -quiere ver- fantasmas donde puede o no haberlos, pero donde ella no puede asegurar, como lo hace, que existan. El segundo es, me parece que así se llama, un tal Rodríguez, un ser maleducado y vociferante que ha hecho cuanto ha podido por situar el prestigio del sindicalismo en sus límites más bajos y prepotentes.
Lo de Esperanza Aguirre significa, pienso, un capítulo más en el via crucis descendente de la dialéctica política, en general. Al decir que la huelga de los conductores del Metro madrileño es política, "y si no, que venga Dios y lo vea", ha querido sugerir que, tras la conducta algo chulesca, perdonavidas y grosera de algunos de los líderes de la huelga en el Metro, está el mismísimo Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, en su afán de desgastar a los órganos rectores de la Comunidad. Claro que puede que la señora Aguirre, que nunca se corta un pelo a la hora de aventar sus tesis, tenga razón. Lo dudo, porque no creo que el Ejecutivo que comanda ZP anda ahora para muchas florituras y para aún menos estrategias conspiratorias: bastante tiene con sostener y enmendar su propio, contradictorio y tambaleante tinglado. Además, tengo para mí que hasta los más lerdos en el campo socialista saben que una huelga, cualquier huelga, sirve hoy muy poco para mejorar el prestigio y la reputación internacionales de España, cosas que tanto necesita el Ejecutivo socialista y que, por cierto, tanto necesitamos los ciudadanos de este país.
Así que acaso cabría mostrarse algo más cauto de lo que lo ha hecho quien, cariñosamente, recibe el apodo de 'la lideresa'. Y es que no, no todo vale en la dialéctica política en estos momentos. Yo diría, en aras de los acuerdos necesarios para estabilizar el difícil aterrizaje español en el campo de la normalidad, que casi nada vale. Es una precaución que, antes de secundar a la señora Aguirre, han tomado otros en el Partido Popular, que han decidido no seguir por la senda abierta por la belicosa, y sin duda eficaz, presidenta madrileña; si no puede demostrar que la ya no tan larga mano del Gobierno está tras los piquetes, lo más responsable, lo mejor, sería que se callase.
Lo del tal Rodríguez es harina de otro costal. Quienes se hayan tomado la infinita molestia de leer otros comentarios que he escrito al respecto, sabrán que muchas veces me quedo solo defendiendo a los sindicatos españoles, cuya responsabilidad y mesura he elogiado con cierta frecuencia frente a la proliferación de ataques procedentes de ciertos colegas. Lo de Madrid, sin embargo, marca un giro de tendencia, espero que no de manera permanente ni prolongada. Que nadie haya salido a puntualizar, desmentir, ridiculizar, lo de Rodríguez y sus muchachos me parece, simplemente, lamentable. Hablamos de alguien, el tal Rodríguez, que, invocando los derechos "de la persona humana", ha lanzado amenazas de "entrar a matar si hay sanciones" a los huelguistas, como, por cierto, creo que correspondería; me parece que es el mismo, y, si no, cerca le andará, que habló de "reventar Madrid" con su acción huelguística ilegal y salvaje, sin respetar los servicios mínimos. Lástima que alguien tan ponderado como Cándido Méndez, el líder de UGT, saliese a defender -con más educado lenguaje, claro, pero con tono igualmente airado- tales planteamientos.
Prefiero no entrar en el fondo de las razones que asisten, o más bien no, a los huelguistas del Metro madrileño. Pero me rebelo, me rebelaré siempre, contra el fanatismo, contra el ademán vengativo y grosero, contra la prepotencia de quien se siente amparado en la masa, contra el grito que no admite la dialéctica, contra la falta de tolerancia, contra los piquetes, vengan de donde vengan. Si esa anunciada huelga general que, dentro de un otoño supongo que inevitablemente caliente han convocado los sindicatos, va a estar llena de gentes como este Rodríguez, paren, por favor, el carro, que yo me exilio. Al menos, hasta que me garanticen que nadie escucha a este poco respetable personaje y a quienes le vitorean. Ni más, ni menos.