MADRID 26 Feb. (OTR/PRESS) -
A Ignacio Uriarte, presidente de las Nuevas Generaciones del Partido Popular y Vocal de este partido en la Comisión de Seguridad vial en el Congreso, le han crucificado. Le han llamado "beodo" porque tuvo un ligero accidente, sin víctimas, con su coche, dando un índice de alcoholemia de 0,5, cuando el máximo permitido es 0,25. Es el doble de lo permitido, sí pero hay que tener en cuenta que hasta hace no mucho, el límite era de 0,8. Ello no exculpa el incumplimiento de la normativa, pero, desde luego, de ninguna manera justifica el cartel de "ebrio" que le cuelgan algunos titulares deseosos de encontrar un nuevo escándalo político que llevarse a la boca.
Que Uriarte lidere las juventudes de un partido, el Popular, y que pertenezca precisamente a la Comisión de Seguridad Vial en el Congreso, son circunstancias que han agravado el caso, pero nada tienen que ver con el fondo de éste. Que sea, además, uno de los más firmes apoyos con los que cuenta Mariano Rajoy en el PP también ha contribuido a la descarga de fusilería con la que se le ha agredido.
Claro que no estoy justificando la tolerancia al alcohol cuando se conduce, pero bajo ninguna circunstancia se puede amparar la demasía, la pena de infamia y el trato injusto a quien, por ser más conocido u ocupar determinada posición política, tiene, por ello mismo, menor capacidad de defensa. No secundo, por tanto, la petición lanzada por algunas voces del PSOE para que Uriarte deje su escaño. ¿Qué habría, entonces, para otras conductas inconmensurablemente más graves?
El rigor excesivo con el que se han penalizado, incluso con castigos de cárcel, determinadas infracciones de tráfico que hasta hace no mucho eran simples faltas administrativas, debe ser sometido a un mayor debate, pese a la mayoría parlamentaria que cosechó la nueva regulación del Código Penal. Los tribunales se colapsan con estos casos menores que deben ser tratados de otra forma, lo que nada tiene que ver con los indudables éxitos conseguidos por la Dirección General de Tráfico en su lucha contra la siniestralidad.
El que empieza a ser llamado "Caso Uriarte" es un ejemplo más de la hipocresía que rige en nuestro país a la hora de aplicar distintos raseros a unos y otros. Confiamos en que el maniqueísmo con el que algunas veces se interpretan comentarios como este mío, no lleve a nadie a pensar o decir que aplaudo la conducta de Uriarte o de quienes toman un 'par de copas' antes de ponerse a conducir. No es eso, naturalmente, lo que quiero decir y creo que se me entiende.