Actualizado 14/10/2010 14:00

José Cavero.- Los abucheos de los 12 de octubre.

MADRID 14 Oct. (OTR/PRESS) -

Cada cual se comportó como cabía esperar de él: los energúmenos y la derecha extrema volvieron a protagonizar, en buena medida, el desfile del día de las Fuerzas Armadas, incluso en el momento de la ofrenda floral a los militares y fuerzas del orden fallecidos durante el último año. El presidente Zapatero aguantó a pie firme, como si los abucheos no fueran contra él y su gobierno. El Rey y el Príncipe volvieron a mostrar su incomodidad. Y los periódicos de este miércoles, cuentan, relatan y algunos casi justifican, o tratan de hacerlo, esa reacción desmesurada de algunos e inadecuada para el momento. Ni siquiera el Rey, siempre cuidadoso al expresar públicamente sus opiniones, disimuló su malestar por los pitidos y abucheos que salpicaron el desfile de la Fiesta Nacional. Sobre todo porque los gritos de "¡Zapatero dimisión!" arreciaron en uno de los momentos más emotivos y solemnes del día: cuando don Juan Carlos, acompañado por familiares de los militares y guardias civiles fallecidos en acto de servicio en el último año, depositaba una corona de laurel en homenaje a los caídos. Solo la oración leída por un capellán castrense logró acallar el griterío.

Desde el Gobierno, Rubalcaba criticó que "la extrema derecha se apropie de la fiesta de todos". Desde la oposición, Rajoy guardó silencio y Aguirre justificaba a los alborotadores. Sin duda, la última palabra es la del Jefe del Estado. "Es una fiesta que debemos cuidar y aupar", dijo el Rey, en conversación con los periodistas en el Palacio Real, tras deplorar la falta de respeto mostrada por parte del público. También don Felipe lamentó que se haya convertido en costumbre "recurrente" aprovechar una fiesta institucional para protestar contra el Gobierno. Zapatero, el principal aludido, se limitó a comentar resignado: "Es lo de siempre. Forma parte del guión". La vicepresidenta primera María Teresa Fernández de la Vega, calificó de "insólito" lo sucedido. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, abucheado él mismo hace pocos días en la celebración de la patrona de la Guardia Civil, no se mordió la lengua: tachó de "lamentable" y "muy duro" que "la extrema derecha se apropie" de la fiesta de todos los españoles, lo que resulta "difícil de explicar" a los embajadores extranjeros, invitados al acto.

Pudo ser lamentable, pero a nadie sorprendió esta actuación, ya esperada. Los silbidos al presidente del Gobierno se han venido repitiendo en las últimas cinco ediciones del desfile del 12 de octubre. El Ministerio de Defensa ha hecho lo posible para evitarlos o al menos dificultarlos: haciendo que Zapatero acceda a la tribuna por detrás, sin pasar ante el público, o suprimiendo el anuncio de su llegada por megafonía. Pero todo ha sido en vano. En cuanto se escuchó que el Rey hacía su entrada en la madrileña plaza de Lima, donde sería recibido, entre otras autoridades, por el presidente del Gobierno, empezaron los gritos de "¡Fuera!, ¡Fuera!" dirigidos a Zapatero. Fuentes de Defensa aseguraron que los agitadores eran "grupos minoritarios", situados "estratégicamente" en las zonas más próximas a las tribunas, y que la protesta se organizó con antelación a través de redes sociales, como Twitter y Facebook, y se coordinó mediante mensajes de móvil. Posiblemente es igualmente llamativo el silencio del PP. Ni su presidente, Mariano Rajoy, ni su portavoz parlamentaria, Soraya Sáenz de Santamaría, presentes en el acto, criticaron en público a los alborotadores. Y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, pareció incluso justificar su conducta cuando subrayó que Defensa había dispuesto menos tribunas para el público y más alejadas de las autoridades para evitar abucheos a Zapatero. La esposa del presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, relató que, cuando ella se quejó en voz alta por los abucheos, Aguirre le respondió: "Pero si a tí no te va a pasar nada. Es libertad de expresión". Pero ni las protestas ni el hecho de que el desfile fuera más reducido que en años anteriores, "como corresponde a la situación económica del país", según subrayó el Rey, lograron deslucirlo.

Por el paseo de la Castellana marcharon 3.100 militares y 153 vehículos (entre ellos y por primera vez los nuevos blindados antiminas RG-31, ya desplegados en Afganistán en sustitución de los vetustos BMR), mientras que el cielo de la capital, descubierto tras un fin de semana lluvioso, lo sobrevolaron 50 aeronaves. Además de la Familia Real y de las principales autoridades del Estado -los presidentes del Congreso y del Senado; del Tribunal Constitucional y del Supremo, entre otros- acudieron 14 de los 17 ministros -solo faltaron los titulares de Industria, Justicia y Vivienda-, mientras que la presencia de presidentes autonómicos fue más nutrida de lo habitual: estuvieron 10, encabezados por el de la Generalitat catalana, José Montilla, que no asistía desde 2007, y el de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoo. El lehendakari Patxi López fue representado por una consejera, y tampoco acudió Francisco Camps, el valenciano.

El otro episodio del Desfile fue la ausencia de la bandera venezolana, justificada por la indisposición del portador, pero que todos entendieron que era efecto de las difíciles relaciones Madrid-Caracas por la intervención del alto cargo de Chávez, Arturo Cubillas, en apoyo de los etarras visitantes. Este episodio lleva otro trámite, la diplomacia. Algo más sabremos del asunto...

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