MADRID 28 Sep. (OTR/PRESS) -
Parece adecuado y conveniente que, como sucede ante las jornadas de elecciones, podamos detenernos unos instantes para opinar, en conciencia y ante nosotros mismos, sobre la actitud a adoptar ante la convocatoria de los sindicatos para este miércoles. ¿Vale la pena seguirla, es justo hacerlo? ¿Se merece, y está en condiciones de padecer, la economía nacional, esta clase de "pruebas de resistencia"? Cada cual tiene sus propias razones, y posiblemente el enfado contra las medidas del Gobierno que emplean los sindicatos es argumento sensible para muchos ciudadanos, en particular, para todos cuantos se ven afectados directamente por los recortes presupuestarios: funcionarios, pensionistas, jubilados...
Es una de las razones de la imprescindible reflexión: ¿Por qué, contra quién se efectúa esta huelga del miércoles? Tenemos, sobre todo, dos contendientes claros, de un lado, el Gobierno y de otro, los sindicatos. Ambas partes, repentinamente, rompieron con unos cuantos años de paz social y de entendimiento cuando el Gobierno se vio en la necesidad de proceder a dos tipos de recortes: los gastos presupuestarios en subvenciones y jubilaciones, y la reforma laboral, que facilita el despido empresarial mediante unas normas que, se supone, facultarán también a los empleadores a una contratación más fácil. ¿Podría hacer algo distinto a lo que ha hecho el Gobierno? Los sindicatos son los primeros que saben que no era posible. Nuestro país forma parte de la Unión Europea, y a todos los países de la Unión les ha "sobrevenido" una recomendación global y uniforme, pero determinante, para recortar de manera drástica todo tipo de gastos del llamado "estado de bienestar" para atenerse a unos niveles de déficit público situados exactamente en el 3 por ciento, en nuestro caso, desde las alturas insoportables de más del nueve por ciento. En ese recorte, que deberá continuar en los dos años siguientes, hasta su consecución, están cayendo muchas prebendas de otros tiempos.
Se tiene la impresión de que los sindicatos han venido haciendo un descomunal esfuerzo por convencernos de la necesidad de atender su invitación a la huelga y el paro en este día, frente a un Gobierno que, por el contrario, parecía resignado a encajar el golpe de un día "semifestivo" por causa de la inactividad de muchos ciudadanos y sectores de actividad. Zapatero ha venido a dar algunas explicaciones sobre ese proceder: no descarta, y le gustaría poder contar con el apoyo sindical a la hora de acometer la siguiente reforma pendiente, la de las pensiones. ¿Será posible que las fuerzas sindicales apoyen la ampliación de los años de cotización para tener derecho a las pensiones de la Seguridad Social? Ese y no otro es el propósito del Gobierno, ahora mismo de muy difícil consecución, salvo que la reforma "se vista" y se "venda" muy hábilmente. Es evidente que a todos nos interesa que la reforma del sistema de pensiones se produzca en paz y de manera constructiva, y a esos efectos, la animosidad de las centrales y sus dirigentes no es la actitud más conveniente. De ahí, probablemente, que la negociación de los servicios mínimos, por parte del Gobierno, haya resultado tibia y tímida, como si de antemano, dieran por vencida esta batalla de la huelga, para poderse apuntar algún tanto en la siguiente eventual confrontación.
¿Tendrá éxito la convocatoria de la huelga de este miércoles? A pocos interesa que las centrales sindicales y sus máximos dirigentes padezcan excesivamente un menoscabo de su imagen pública, por más que muchos entienda, o entendamos, que en los últimos tiempos han pretendido ocupar lugar que corresponden a los políticos, como interlocutores permanentes de toda suerte de materia y cuestión. Da la impresión de que las propias centrales tenían necesidad de revalidar su propio cartel reivindicativo y encontraron, en este momento de debilidad del Gobierno, la oportunidad ideal y perfecta, que "no podían perder". Todos dan por supuesto que la convocatoria sindical superará los mínimos y se apuntarán el tanto. Lo contrario, podría suponer un sustancial deterioro de estos interlocutores sociales que se han convertido en indispensables y, como Toxo llama a Aguirre, "perejil en todas las salsas".