MADRID 30 Abr. (OTR/PRESS) -
Nos van a volver locos. Locos a cuenta de los cambios en la forma de contar el número de parados. Que si la EPA, que si el paro registrado, que si el paro sumergido. Ahora, tras la actualización del censo -somos menos porque muchos inmigrantes han regresado a sus países de origen-, han cambiado el método de recuento y eso permite titular la noticia en función de los intereses políticos de cada bando.
Al Gobierno proclamando que el paro desciende puesto que 2.300 personas encontraron un empleo en este primer trimestre, pero, visto que según el dato que añade la propia EPA -en estos tres meses se han destruido 184.600 empleos-, la oposición: partidos políticos y sindicatos cargan contra el Ejecutivo de Mariano Rajoy señalando el fracaso de la reforma laboral. El único dato que nadie discute es el que proclama la gravedad del problema: 5.933.300 ciudadanos están en el paro. Puede que la cifra sea incluso superior porque según algunas encuestas hay quien, cansado de buscar trabajo sin éxito, tira la toalla y ya ni se registra en las oficinas de empleo. Es un drama añadido porque el paro, como problema social, va más allá de sus consecuencias económicas. Afecta a personas y, por lo tanto, marca sus vidas. Y la de sus familias. El parado de larga duración entra en un proceso de depresión y pérdida de autoestima que le condena a la marginalidad.
Apareja reacciones que afectan, también, a las relaciones familiares. En los dos sentidos: en el de la solidaridad y en el de la sordidez (problemas, a veces de alcoholismo, casos de violencia, divorcios, etc.) Sin contar los suicidios, tema tabú en España. No hay estadísticas oficiales. De lo que no se habla, no existe. En fin. El paro es mucho más que una fría (o cálida, cuando es positiva) estadística. Constata un fracaso colectivo que los políticos procuran endosar a sus rivales. Los unos invocando las herencias recibidas y los otros argumentando que quien lleva ya dos años en el Gobierno no pueden seguir esgrimiendo el mismo mantra. Este es un asunto en el que, por su gravedad y sus repercusiones sociales, merecería que los políticos hicieran un esfuerzo para ponerse de acuerdo. Para, entre todos, allegar un consenso capaz de alumbrar una vía de solución. Tenemos un precedente en los Pactos de La Moncloa. Se dirá que eran otros tiempos. Es verdad. Pero estoy segura de que los casi seis millones de españoles que no tienen trabajo aplaudirían a quienes al menos lo intentaran. Cualquier cosa será mejor que estos bailes de cifras e interpretaciones -unas interesadas, otras demagógicas- que nos van a volver locos. Sobre todo en días de campaña electoral.