Actualizado 27/04/2010 14:00

Rafael Torres.- Al margen.- La caverna.

MADRID 27 Abr. (OTR/PRESS) -

Aquellos que viven horrorizados y horrorizando al prójimo con la murga de que casi todo lo que existe rompe España, toleran mal cualquier cosa que contribuya a cohesionarla, a fortalecerla y a construirla. Es más, no lo toleran. Los inquilinos de esa caverna ideológica, psicológica y económica creen haber patentado el nombre de España, cuanto contiene, su pasado, su presente y su futuro, y todo aquél que disienta o que se rebele ante semejante apropiación indebida es un "rojo" ruin, un masón repugnante, un folúnculo deshumanizado de la pelambre marxista. Lo que no se comprender es que, estando esa caverna nacional tan habitada, tan de bote en bote, nos hayan dejado entrar en Europa, a menos que la tuviéramos, como a nosotros mismos, engañada.

Sólo en un país de orates, grillado por la perenne acción de los acaparadores de su esencia y de su nombre, podría suceder lo que está pasando en éste: que se regatee una digna sepultura a las víctimas de una turba de asesinos en serie, a todas las víctimas, o que se pretenda defenestrar a un juez por querer llevar a sus familias algún consuelo, bien que de tipo legal como corresponde a las posibilidades de un magistrado. Pero el intento de liquidación de ese juez, que no otra cosa que liquidarle es arrebatarle la toga, no viene de los etarras, de los mercenarios del GAL o de los narcotraficantes a los que tanto daño hizo en beneficio de la sociedad española, sino de esa caverna a tope que, al parecer, se sigue sirviendo de los fascistas puros para los trabajos sucios.

La caverna nacional, especialista en cargarse todo, particularmente los intentos democráticos del pueblo español, se acaba de cargar, también, la imagen "fashion", modernísima, de la España actual en el mundo, que se asombra de que los espectros de Franco, Hitler y Mussolini se paseen, tranquilamente, por aquí. Como las cosas se han puesto de una manera que no le gusta, esto es, en los cauces de la libertad y del derecho de gentes, ha dado un puñetazo en la mesa cuyo hule es el mapa de España sarpullido de fosas y cunetas, y ha recordado que la España actual o es la de siempre, la suya, o no es de ninguna manera. El ruido, que ya teníamos bastante oído aquí, se ha escuchado ahora, también, en todas partes.

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