MADRID 30 Abr. (OTR/PRESS) -
El Partido Popular se opone, y es el único que se opone, a que en la Cámara de representación territorial se hablen las lenguas de los territorios en ella representados. Ante el acuerdo alcanzado por todos los demás partidos, de derecha e izquierda, para enterrar el disparate político que significaba la prohibición de que en el Senado español se usaran las lenguas que se usan en España, el Partido Popular ha ofrecido su imagen más intransigente y espesa, pero es que acaso el dicho partido no sabe que la confusión de las lenguas afecta sólo a quien las desconoce, y no digamos a quien, como es su caso, se empecina en desconocerlas.
Frente al papanatismo, dicen que práctico, de aprender inglés a toda costa, que hasta a los párvulos se les obliga a chamullarlo antes de haberles enseñado los rudimentos básicos de la lengua propia y del resto de las de su nación, la iniciativa del Senado constituye, por su ejemplaridad, una grata noticia. Sin embargo, y pues intelectualmente los senadores no rayan en general a gran altura, la grata noticia, esa gratísima de que el catalán, el gallego, el vasco y el castellano, esos pedazos de idiomas, van a usarse en comandita en su espacio político natural, ha dado paso enseguida a la preocupación de cómo y a qué coste articular técnicamente el suceso. Lo de que los senadores no rayan en general a gran altura viene porque la único que se les ha ocurrido hasta el momento es poner auriculares y traducción sumultánea, con lo sencilla que es la única solución verdadera: que sus señorías, que andan bien de tiempo, aprendan las lenguas españolas y se comuniquen directamente en ellas.
Al principio, claro, irán torpes y balbucientes (tampoco más que ahora con el castellano solo, por cierto), pero con esto de las lenguas propias, porque todas ellas lo son, se suelta uno enseguida. Y así, lo mismo cunde el ejemplo en los colegios, y a los niños españoles, en vez de imponerles con ansiedad el exotismo del inglés, se les enseñan, desde chicos, sus idiomas, cuyo conocimiento no sólo les hará más despejados, sino también más ricos, más tolerantes, más simpáticos y más benéficos.