MADRID 30 Jun. (OTR/PRESS) -
Gustaba decir Cánovas que "un hombre honrado solo puede participar en una revolución, y eso porque no sabe lo que es". Quien conoce algo de nuestra historia del XIX, de la que el propio Cánovas del Castillo fue protagonista singular, sabe por qué y con qué intención afirmaba tal cosa, pero el español de hoy, producto de aquel siglo en tantos aspectos, asiste a una revolución a la que jamás se sumaría ninguna persona honrada, y eso porque sí sabe de qué va y lo que es: la revolución de los ricos. La del egoísmo, la de la codicia, la de la regresión, la de las castas, la de la abolición, en fin, de las conquistas sociales y de las políticas de libertad, igualdad y fraternidad que germinaron en aquél siglo.
Rajoy, cuya estatura política no se acerca ni remotamente a la del fundador de la derecha constitucional española, parece ser, en su insustancialidad, el último brazo ejecutor de esta revolución que se nota tanto que es de los ricos porque consiste en rebañar el último euro del bolsillo de los pobres para dárselo a ellos. Como un Luis Candelas o un Robin Hood inverso, ciertamente. Ofendiendo incluso la vieja lógica capitalista, su gobierno, so capa de que la cosa está muy malita, destruye el trabajo de los que solo eso tienen, obliga a pagar tres veces la misma pésima atención sanitaria pública, sube tasas, impuestos y contribuciones mientras decreta una reforma laboral que permite bajar los salarios, deja a los dependientes, a los grandes impedidos, sin amparo, condena a la consunción a las laboriosas comarcas mineras, amnistía a los defraudadores de Hacienda, y hasta permite, en fin, que la cleptocracia bancaria se apodere de los ahorros, de los pocos, pero muchos, ahorros de la buena gente que ahorra.
Ningún hombre honrado, ninguna mujer honrada, puede participar ni adherirse a esta revolución de los ricos que consiste en que las víctimas del pasado sindiós especulativo sean las que paguen sus destrozos, en tanto las grandes fortunas se acrecen y el desastre no les roza. De ninguna de las medidas recortadoras o liquidadoras se dice que son de carácter circunstancial, transitorio, hasta que escampe, pues no parece sino que esa revolución persigue consolidar, para siempre, sus conquistas.