Publicado 14/05/2019 08:02

Antonio Casado.- Rubalcaba, adiós

MADRID, 14 May. (OTR/PRESS) -

Cuando Cesar Luena y Pedro Sánchez identificaron a Rubalcaba con la "vieja política", junto a Felipe, Guerra, Bono, y tantos otros que en su día apostaron por Susana Díaz como esperanza blanca de un PSOE que arrastraba los pies desde la bancarrota socialista (mayo 2010), estaban marcando el comienzo de una época en el partido fundado por Pablo Iglesias (no confundir, por Dios, con personajes de menor cuantía).

Un verdadero relevo generacional que dejó inservibles las sesudas previsiones de analistas despistados, empezando por quien firma el artículo, convencidos como estábamos de que el sanchismo caería frente a la apuesta de los pesos pesados.

La militancia iba por otro lado. Se vio en las primarias disputadas a la presidenta andaluza por un Sánchez desahuciado (ya se había producido su abrupto derrocamiento como secretario general). Sin embargo, a los Sánchez, Abalos, Lastra, los adalides de la causa sanchista que acaban de coronarse con los siete millones y medio de votos del 28 de abril, les faltó tiempo para arropar a Pilar Goya, vivir de cerca las últimas horas de Rubalcaba y reconocer el brillante legado que deja quien fue vicepresidente del Gobierno y secretario general del PSOE.

Queda bien reflejado en ese "Gracias, Alfredo", que ilustra la enorme fotografía colgada en Ferraz, la sede central del partido. Las heridas por la bronca interna que ha producido el último choque generacional en este partido (hubo otros, como el de Felipe González respecto a los históricos dirigentes que vivieron la guerra civil) desaparecieron a la hora del agradecimiento por los servicios prestados a España y al PSOE. Pero lo primero brilla mucho más en el epitafio.

Rubalcaba siempre puso los intereses generales por encima de los de partido. Le parecía irresponsable la escenificación de broncas internas cuando había problemas institucionales abiertos, como la gobernabilidad del país, la abdicación del Rey Juan Carlos o los puntos álgidos del conflicto catalán. Ahora se lo reconocen en los obituarios al uso.

Es una pena que se haya ido sin verificar aquel salmo propio sobre los homenajes póstumos: "¡Qué bien enterramos en este país¡", decía. Con razón. Véase como nos hemos esmerado en su caso, el de un hombre cabal, una buena persona y un político de raza. Se equivocaban quienes veían en él a un Maquiavelo de nuestros días. Eso no hay forma de casarlo con sus, como apostar a cara descubierta por todos los perdedores en la lucha por el sillón de Ferraz: Almunia frente a Borrell en 1998, Bono frente a Zapatero en 2000 y Susana frente a Sánchez en 2017. O heredar él mismo el sillón a sabiendas de que iba al sacrificio (noviembre de 2011). La razón: "Se lo debía al partido".

Maquiavelo siempre se lo habría desaconsejado.

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