Publicado 17/12/2025 08:01

Fernando Jáuregui.- Un día en La Moncloa

MADRID 17 Dic. (OTR/PRESS) -

Los periodistas (al menos yo), ahora, somos menos invitados a frecuentar La Moncloa que con presidentes del Gobierno anteriores. Por eso, tener la oportunidad de pasar un día en La Moncloa, por la mañana en una rueda de prensa, o lo que fuere, con el presidente, y por la tarde en un encuentro navideño, también con Pedro Sánchez, rodeado de varios de sus ministros -ninguno de Sumar-, es ya 'rara avis' para un informador, que, como lo de Luis Miguel Dominguín con Ava Gardner, tiene que aprovechar la ocasión para "contarlo".

He aguardado hasta ver las reacciones de mis colegas y otros comentaristas al doble encuentro 'periodístico' de este lunes con el jefe del Gobierno antes de lanzarme a escribir esta columna: mi diagnóstico, seguramente apresurado, es que Sánchez parece en plena forma, y tiene el coraje de mantener el tipo; pero, a la luz de cualquier análisis frío, en realidad debería estar irremisiblemente tocado. Y seguramente lo está, aunque su gallardía pretenda desmentirlo.

Nada demasiado nuevo, salvo el 'bono transporte', nos dijo en su comparecencia mañanera, donde se evitó cuidadosamente pronunciar la palabra maldita, 'Extremadura', y solo muy tangencialmente se mencionaron nombres 'molestos', como los de Ábalos, Koldo o Leire Díez, entre otros. Sánchez insiste en su archiconocida línea de negar cualquier salpicadura personal ante los escándalos, denigrar a los que discrepan, en sacar pecho ante los indudables avances en macrodatos económicos y, claro, en advertirnos del riesgo de un gobierno alternativo, el que formarían el PP y Vox.

Por lo demás, perdamos toda esperanza en que se produzcan eso que llamó 'hechos nuevos': ni remodelación a fondo del Gobierno, que, según él, funciona a tope, ni someterse a una cuestión de confianza como hicieron algunos de sus colegas de países vecinos, ni nada. Sánchez está plenamente satisfecho, al menos de cara a la galería, de su elenco ministerial y más satisfecho aún consigo mismo, si cabe.

Máxime cuando al encuentro con periodistas acudió acompañado de un numeroso séquito monclovita, que prorrumpió en aplausos al concluir Sánchez su parlamento: una hora de monólogo sobre los logros del Gobierno este año (y es cierto que las cifras dan muy bien) y apenas dieciséis minutos para admitir cuatro preguntas, cuatro no más, de los informadores que acudieron al evento sobre la situación política.

Por más que lo he buscado, no he logrado encontrar ningún comentario periodístico claramente favorable a la forma y/o el fondo de la comparecencia de Sánchez, cuyas ideas parecen estar a punto de agotarse, aunque justo sea decir que se muestra aparentemente eufórico y, como dijo por la tarde en uno de los 'corrillos' con los 'chicos de la prensa' en la copa navideña, está "en plena forma". Sería casi sobrenatural que en verdad lo estuviese. NO puede estarlo con la que le está cayendo encima entre casos de corrupción y de acosos sexuales en su partido, ante la patente desafección de los socios, que, desde Sumar hasta el PNV, hacen declaraciones extremadamente críticas hacia la trayectoria del Ejecutivo, o ante la que le viene en las próximas comparecencias electorales de 'sus 'candidatos en Extremadura o Aragón, para abrir boca.

Pasar un día en La Moncloa, con la oportunidad de hablar con los amables, pero sin duda algo abducidos, funcionarios monclovitas, resulta altamente ilustrativo. El palacio presidencial, cuyo principal inquilino dice que lo importante son cosas como la vivienda o "llegar a fin de mes" (pero ¿no íbamos tan bien económicamente?), vive, sencillamente, fuera de la realidad, o en una realidad paralela, metavérsica.

La Moncloa es, más que nunca, una especie de palacio de los Elfos o de Atlántida, de acuerdo con la mitología platónica, o, si se quiere, algo que rememora al Palacio de los Sueños, de Ismail Kadaré: espacios imposibles, oníricos, en los que lo que se cuenta y ocurre y la realidad afuera, en las calles habitadas por gente 'normal', poco tiene que ver.

Pido perdón si mi descripción es excesivamente fluida, líquida que diría Bauman, pero no puedo dejar de plasmar aquí mi sensación de que La Moncloa y sus habitantes se han convertido en una isla en la que rara vez se permite el acceso a extraños, y menos a enemigos, como la oposición o no pocos periodistas, por poner apenas un par de ejemplos. Así, entre las brumas de los sueños, que sueños son, despidió Pedro Sánchez un año que, políticamente, ha sido, simple, lisa y llanamente, surrealista.

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