Publicado 30/03/2020 08:00

Francisco Muro de Iscar.- El presidente que no habla con nadie

MADRID (OTR/PRESS)

Cuando en marzo de 2011, en víspera de unas elecciones, sucedió el atentado de la estación de Atocha, el presidente Aznar cometió, seguramente, el más grave error de su carrera política: no llamar a Moncloa al líder del Partido Socialista, compartir con él toda la información disponible y, juntos, acudir a la estación de Atocha, y acordar las acciones a seguir. Era una cuestión de Estadio, no de partidos. Impulsado por alguno de sus colaboradores y por una primera información escasamente rigurosa, pero sobre todo por la soberbia que caracterizó su segunda legislatura, el presidente Aznar pensó que si ETA había cometido el atentado, como en un principio todos creímos, la victoria del candidato Rajoy sería abrumadora. Y prefirió ocultar la verdad en interés propio, en lugar de cerrar filas con todos y sacar al país de una situación terrible.

Alguien tan inteligente y tan maquiavélico como Rubalcaba se dio cuenta de la situación, lanzó un torpedo a la línea de flotación del PP -"los españoles no nos merecemos un Gobierno que nos mienta"-, convocó a los "fieles" a manifestarse ante las sedes del PP en la víspera de las elecciones y Zapatero ganó, pero con una fractura social que aún hoy sigue viva. Y de ZP, el segundo peor presidente de la democracia española, vienen muchos de nuestros males de hoy. Pero la culpa, la verdadera culpa fue de Aznar, De creerse que él solo se bastaba para resolver el problema. Y todavía no ha sido capaz de hacer autocrítica, de reconocer su error y de pedir perdón.

Casi diez años más tarde, alguien está repitiendo la historia desde La Moncloa. El presidente Sánchez cree que si vence solo esta pandemia, el pueblo le aclamará como a los emperadores romanos y podrá llevar adelante su política, incluso sin los aliados -algunos indeseables- con los que tiene que gobernar hoy. No le importa la verdad sino la apariencia. No hace autocrítica de sus errores, de su falta de previsión pese a las alertas graves que le llegaron, sino que sigue echando la culpa a los recortes de Rajoy -consecuencia inevitable de los desmanes de ZP que casi hunden el país-.

Pide lealtad incondicional a la oposición, que le ha dado un apoyo generoso y le ha salvado todas las votaciones, pero ni siquiera le informa de sus medidas. No habla con sus socios de investidura y alguno de ellos ya vota contra sus medidas. Tiene la mayor crisis sociosanitaria de la historia pero no se ha reunido con los responsables de los médicos y del personal sanitario ni con otros colectivos profesionales afectados. Ordena cerrar las empresas sin escuchar a los empresarios, aunque sí lo hace con los sindicatos. Compromete esfuerzos de empresarios y autónomos, sin siquiera reunirse con ellos para informarlos, conocer las consecuencias y ver si hay otras soluciones. Ha demonizado a la sanidad privada, pero ahora sus ministros recurren a ella para tratarse, y el Gobierno pide, y recibe, un apoyo generoso para paliar esta situación crítica. Anuncia medidas que ni siquiera están estudiadas o concretadas, pero la propaganda, fuera del extraordinario trabajo de los profesionales, de la sociedad civil, es la principal arma de combate. Se escuda en los medios de comunicación públicos al servicio del Gobierno y en otros privados, que convierten la información en ideología.

Sánchez solo habla consigo mismo. Ni política ni sanitariamente ha habido liderazgo inteligente sino falta de respeto y ningún interés en acabar con la pugna partidista ni siquiera ahora. Como decía Isaiah Berlin "el hombre moderno no tiene, generalmente, soluciones". Sobre todo cuando los políticos plantean respuestas simples a problemas complejos, exigen lealtad a los contrarios, obediencia ciega a la sociedad y rechazan cualquier control.