MADRID 6 Mar. (OTR/PRESS) -
Un estudio de la Agencia de Derechos Fundamentales en la Unión Europea revela que 62 millones de mujeres han sufrido algún tipo de violencia física o sexual. Aunque apliquemos los más amplios márgenes de error, la cifra es una barbaridad. El estudio desmonta también algunos tópicos sobre la mayor incidencia del problema en los países latinos y sobre que el problema afecte más a las generaciones de mujeres de mayor edad. Según los datos, son las chicas más jóvenes, entre 18 y 29 años, las más expuestas a este tipo de violencia. Haber nacido y crecido en democracia, haber recibido una educación superior a la de sus madres y abuelas, no parece haberlas vacunado frente al problema, como no ha inmunizado a los varones de su edad del gen agresor.
Es muy significativo que, metidos de lleno en el siglo XXI, este sea el primer estudio de estas características a nivel europeo. Y lo es también que los estremecedores datos no hayan provocado una reacción inmediata de las instituciones europeas para promover medidas e instrumentos globales para prevenir y combatir el problema. Pero todavía es más preocupante que la divulgación de estos datos coincida en España con la publicación del último estudio del CIS que vuelve a situar la violencia de género en la cola de las preocupaciones ciudadanas; y en Francia, cuna de libertades, con la publicación de una encuesta que sitúa a Dominique Strauss Kahn como el preferido para presidir la república para el 56% de los franceses. Parece que estarían dispuestos a disculparle el escándalo sexual que le obligó a dejar la dirección del FMI y el proceso judicial que tiene aún abierto por proxenetismo.
La violencia contra las mujeres, la física y la sexual pero también la que se manifiesta sutilmente en formas de discriminación laboral y social, es una lacra insoportable. Y se agrava década a década en la medida en que no se erradica. Esa ausencia de políticas conjuntas a nivel europeo para acabar con ella es también una forma de cómplice agresión.